Todo apunta a que podemos ir pensando en semanas laborales más reducidas en un entorno donde los empleados demandan más flexibilidad
Reflexionaba, el otro día, a raíz del anuncio de una empresa del Ibex35 de extender la semana laboral de cuatro días a su plantilla en España, sobre las bondades de esta valiente decisión.
Los avances tecnológicos han hecho posible realizar el mismo trabajo en mucho menos tiempo. Y muy pronto, la inteligencia artificial cambiará a todas las industrias en todos los países, incluyendo también cómo y dónde trabajaremos.
Todo ello está provocando que la semana laboral de cuatro días sea objeto de análisis por parte de compañías y gobiernos. El Gobierno de España, siguiendo la senda de Bélgica, Reino Unido o Islandia, ha sacado a consulta pública el proyecto de Orden por el que se establecen las bases reguladoras para impulsar la mejora de la productividad en pequeñas y medianas empresas industriales, a través de proyectos piloto de reducción de la jornada laboral. Su objetivo, probar si estas iniciativas impulsan la productividad en pequeñas y medianas empresas industriales españolas, fundamentales para nuestro tejido productivo.
De las distintas iniciativas, se desprenden resultados positivos para empresas y trabajadores, como un incremento de la productividad, ya que los empleados con demasiado trabajo son menos productivos; o una mejora de igualdad de oportunidades a la hora de compatibilizar la vida profesional con la laboral. También se produce una mejora del compromiso de los empleados (employee engagement), que tienen más tiempo para descansar, mejorando su bienestar físico y mental. Sin olvidar el impacto sobre la reducción de la huella de carbón, al reducirse los desplazamientos, en un momento de especial relevancia en el cumplimiento de los objetivos ESG.
Pero, de cara a valorar su implantación, hay que analizar también posibles efectos no deseados, como la escasez de talento en determinados sectores e industrias, que haga que no pueda cubrirse adecuadamente la demanda de determinados perfiles y se replantee volver a la semana de cinco días.
Tampoco todas las posiciones pueden beneficiarse de esta semana laboral reducida, y puede resultar complejo gestionar aquellas que tienen que atender a clientes cada día, programar reuniones internas o gestionar imprevistos o situaciones de emergencia que requieran disponibilidad plena de los empleados.
Incluso, a pesar de los efectos positivos en la salud, en determinados casos podría generar estrés por tener que realizar el trabajo en cuatro días sin perder ese día adicional de descanso. O inequidades internas si esta medida se aplicase sólo en determinados departamentos y no a todos los empleados.
La semana laboral de cuatro días no es una solución única que sea válida para todas las organizaciones. En cualquier caso, todo parece apuntar a que podemos ir pensando en semanas laborales más reducidas en un entorno donde los empleados demandan más flexibilidad. Un mito que antes o después podría convertirse en realidad.
Publicado en El Periódico de Catalunya