Recientemente se ha publicado el Informe de Evaluación Intermedia previsto en el Reglamento del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (MRR). Este balance tiene lógica en un momento como este, en que nos situamos en el ecuador del despliegue de los Fondos del MRR, concretados en España en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR).
En esta visión de mitad de recorrido, es de vital importancia analizar también desde una perspectiva estratégica, y no solo operativa, cómo el MRR ha sido capaz de dar respuesta a retos y desafíos de singular relevancia para el conjunto de la Unión Europea.
En este sentido, en nuestra opinión, los fondos Next Generation EU-NGEU (y, muy especialmente, el MRR como su principal instrumento), deben valorarse de forma muy positiva, tanto en lo que concierne a su diseño inicial como, posteriormente, en la capacidad que han demostrado para adaptarse y dar respuesta a acontecimientos, incluso sobrevenidos, que suponen amenazas graves sobre el desarrollo, cohesión y competitividad del conjunto de la UE.
Si comenzamos por su diseño original y lanzamiento, encontramos dos fortalezas principales: la primera, el constituirse como una respuesta conjunta y solidaria, realmente innovadora, del conjunto de la Unión, a través de la emisión mancomunada de deuda. Con ello, se lanzó un potente mensaje de respuesta ante una grave crisis, que contrastó con la reacción que se produjo tras la sucedida en 2008. La segunda, que el MRR se ideara como una herramienta capaz no solo de articular una repuesta directa y rápida ante la brusca y repentina caída de la actividad y del empleo, sino que además se diseñara incorporando una perspectiva más estratégica, con visión de futuro. Fue esencial en ello, por un lado, la identificación de los componentes de la transición verde y digital como palancas de fomento de la productividad y la competitividad de la UE y, por otro lado, el establecimiento, no solo de inversiones sino de reformas, mucho más potentes estas a la hora de fomentar los cambios estructurales necesarios para conformar esa visión de futuro de las economías nacionales y, con ellas, de la europea.
Más allá de su propio diseño inicial, el MRR ha cobrado mucho valor, como decíamos, por su versatilidad y capacidad de convertirse en una herramienta adecuada para dar respuesta a retos estratégicos y geopolíticos de la Unión (algunos, incluso, posteriores al lanzamiento de NGEU).
En primer lugar, la urgencia de reducir la dependencia energética de Rusia, en especial tras la invasión rusa de Ucrania. Si bien el diseño original del Mecanismo ya contemplaba con fuerza la transición verde, la Unión reforzó con determinación este compromiso tras la agresión rusa. Para ello se aprobó, con gran rapidez y amplio acuerdo, el programa REPowerEU, cuyas dotaciones financieras y nuevos objetivos se incorporaron al MRR y a los planes nacionales de recuperación a través de las Adendas a los mismos.
En segundo lugar, el MRR está contribuyendo también a la reducción de las vulnerabilidades y dependencias europeas en ámbitos estratégicos clave, reforzando de esta manera la orientación de la autonomía estratégica de la UE. Estas debilidades se manifestaron con claridad en el ámbito médico-sanitario con la Covid-19, pero también en otros aspectos que se agravaron con posterioridad a la pandemia, como la dependencia energética, la dependencia tecnológica (industria de semiconductores) o la necesidad de asegurar el aprovisionamiento de tierras raras y otros materiales críticos y estratégicos. La combinación del esfuerzo financiero del MRR y un buen número de inversiones y reformas dirigidas a este fin en los planes nacionales (en España, por ejemplo, los PERTE), junto con la regulación europea dictada como respuesta a ello (por ejemplo, la European Chips Act; la Critical Raw Materials Act; o la propia formulación de la Estrategia Europea de Seguridad Económica), muestran la determinación europea para dar respuesta a estas vulnerabilidades.
Y, en tercer lugar, el MRR también está siendo un instrumento muy relevante a la hora de reaccionar y responder ante la creciente competencia de EE. UU. y China con un marco de política industrial y apoyo a empresas muy favorable, que pone en riesgo la capacidad europea para competir. El ejemplo más evidente nos lo ofrece el despliegue de la Inflation Reduction Act norteamericana. También en este ámbito, el MRR y la adaptación del marco regulatorio están tratando de servir de mecanismo de respuesta a ello, aunque es cierto que existen dudas sobre su suficiencia.
En el momento que marca la mitad del periodo de vigencia de este instrumento, desde su creación, merece la pena todo esfuerzo de evaluación. Es verdad que se dijo que NGEU sería un esfuerzo no replicable pero lo cierto es que, en un marco de creciente rivalidad global geopolítica y económica, nos parece muy pertinente el debate sobre qué sucederá a partir de 2026, una vez se agote este esfuerzo.
Es una discusión que se debe encarar con decisión y valentía. La Unión Europea debe dotarse de mecanismos de respuesta ante un marco global de gran incertidumbre que nos afecta de forma muy directa. Y ello podría pasar por crear, post 2026, nuevos instrumentos o por adaptar los existentes. En un marco de complejidad geopolítica sin precedentes, la Unión Europea tiene que aprovechar las enseñanzas derivadas del esfuerzo realizado con NGEU para diseñar instrumentos que fomenten nuestra competitividad y bienestar a futuro.
Publicado en Expansión