No hemos sido capaces de crear un entorno atractivo donde exista una financiación que coinvierta con los empresarios en sus proyectos de riesgo
En una de las series escritas y dirigidas por Aaron Sorkin, “The Newsroom”, el periodista republicano Will McAvoy, brillantemente interpretado por Jeff Daniels, ante una audiencia universitaria, es preguntado acerca de cuáles son las razones que convierten a América en el mejor país del mundo. Tras intentar escabullirse de la pregunta, afirma sin tapujos que considera que América ya no es el mejor país del mundo, justificándose con una extensa relación de datos. Argumentando que en campos tan relevantes como la lucha contra la pobreza o la consolidación de valores democráticos, los EE.UU. han dejado de ser los líderes mundiales. Toda una retahíla de razones absolutamente demoledoras. Si bien concluye asegurando que lo importante es que pueden volver a serlo.
Esta anécdota es una forma gráfica de ilustrar que, en mi opinión, el inicio de la solución a un problema es reconocer que existe.
Últimamente, se han publicado varias opiniones e informes sobre el estado de la economía del País Vasco, con dos conclusiones bastante generales: que ésta ha perdido importancia, con datos tan objetivos como la disminución del peso relativo del PIB vasco en la economía española (casi 2 puntos porcentuales en 45 años), la reducción de la población o la destrucción de empresas en los últimos años, y que es necesario que mejore.
Después de reconocer la existencia del problema, el siguiente paso ha de ser determinar la causa u origen de éste. En el caso que nos ocupa, podemos pensar que la globalización ha hecho que nuestro mercado sea el mundo, y que la competencia, además de ser cada vez mayor, lo ha hecho mejor que nosotros en este campo de juego ampliado.
Y, posiblemente, lo haya hecho mejor porque lo tenía más fácil, ya que durante décadas la situación política en el País Vasco, donde la sola condición de ser empresario era un riesgo para la vida, hacía muy difícil la retención y atracción de talento y el emprendimiento.
No hemos sido capaces de crear un entorno atractivo donde exista una financiación que coinvierta con los empresarios en sus proyectos de riesgo. Ni tenemos unas escuelas de negocios que atraigan y retengan el mejor talento allá donde esté -tanto a docentes como a alumnos-. Tampoco hemos encontrado un balance de gasto e ingreso público que haga eficiente el papel de la Administración Pública, cuyo tamaño crece sin límite.
¿Dónde se manifiestan principalmente los efectos de ese problema para intentar actuar sobre ellos? Es la existencia de proyectos empresariales la que nos hace avanzar. Ahora bien, es bastante más frecuente leer la noticia de un fracaso empresarial que la de un éxito. Esa aproximación pesimista no contribuye a atraer ni crear más iniciativas. Todo emprendedor sabe que no hay éxito sin fracaso previo.
¿Es realmente un problema que nuestros empresarios vendan sus empresas a inversores de otros países? Tenemos ejemplos recientes que han suscitado controversia y no podemos obviar las cada vez mayores cautelas de la normativa europea y nacional. Pero ¿no debe ser un motivo de alegría que nuestros empresarios tengan éxito y sea una oportunidad para la reinversión y la generación de mayor valor?
Para volver a recuperar esa fuerza empresarial en nuestra economía no existe una receta mágica, o quizá sí, pero yo no la conozco -tampoco la tenía Jeff Daniels-. Pero creo que podemos intentar hacer algunas cosas que pueden ayudar, una vez asumido el problema, identificado el origen y constatados sus efectos.
Creo que la primera medida es realmente sencilla. Buscar ejemplos de por qué otras economías están evolucionando mejor que la economía vasca. Y no creo necesario irse a Silicon Valley o a Ginebra para aprender de los mejores. Tenemos ejemplos mucho más cercanos en los que se maximizan los buenos efectos de variables cómo la financiación, seguridad jurídica, el talento -tanto en el campo de la atracción como en la retención-.
La segunda es poner a los mejores en los mejores sitios. Reconocer a los mejores y, por supuesto, retribuir su trabajo como merece. Hablamos de pensar en las siguientes generaciones y no en las siguientes elecciones o en la siguiente fotografía o en la cuenta de resultados a corto plazo.
Durante muchos años pensamos que nuestra fiscalidad era diferencial y atractiva para obtener proyectos de inversión. Ya no es así. Debemos recuperar la iniciativa tributaria, tanto en atracción de talento como de proyectos innovadores que crean riqueza.
Y, por último, transparencia y seguimiento de resultados, por parte de todos los involucrados, que somos la sociedad. Sin transparencia no hay confianza y sin un seguimiento de los resultados vinculado a objetivos, nos moveremos, hacia adelante y hacia atrás, sin ningún criterio. Sí, porque preocuparse es como una mecedora, que entretiene, pero no sirve para nada.
Publicado en El Correo