Innovación, sostenibilidad, concentración de empresas, búsqueda de nuevos mercados, apuesta por la formación de las generaciones venideras...
Si hay un momento en el que Andalucía tiene ante sí una oportunidad para su despegue económico definitivo es éste. En una etapa tan crucial como la actual, nuestra Comunidad autónoma cuenta con todo el potencial para convertirse en catalizador del desarrollo español. Su riqueza en recursos, su juventud y su extraordinario talento le otorgan un enorme margen de crecimiento y la sitúan ante el gran reto de revertir sus carencias económico-sociales para alcanzar la posición que se merece.
El capital humano se erige, sin ninguna duda, en el factor central sobre el que construir este gran proyecto de crecimiento económico. La inversión en el mismo, a pesar de ser en términos absolutos mucho mejor que en décadas anteriores, sigue siendo insuficiente. Datos como tener una de las mayores tasas de abandono escolar y la alta relación entre falta de cualificación y tasa de paro, condicionan el desarrollo de la región. Una menor cualificación reduce las posibilidades a la hora de encontrar empleo, y que éste sea más estable y con una remuneración suficiente, según se refleja en el informe ‘Perspectiva Andalucía’ de EY Insights. Cierto es que en los últimos 65 años el PIB per cápita andaluz se ha multiplicado por casi seis veces en términos reales, gracias, entre otras cosas, a que el número de ocupados se ha multiplicado por 1,5 o que el porcentaje de andaluces mayores de 25 años con estudios superiores ha pasado del 0,84% en 1960 al 10,38% en 2016. Pero la falta de convergencia con España nos revela que este crecimiento no ha sido especialmente disruptivo.
Andalucía, con más del 18% de la población española, apenas aporta, en términos de PIB, el 13,6%. Necesitamos acelerar nuestro crecimiento porque no es defendible que la renta per cápita en Andalucía fuese del 70,3% de la media española en 1955, y hoy aún se sitúe en el 74,4%, apenas cuatro puntos más después de seis décadas.
A ello, hay que añadir la mayor volatilidad de la economía andaluza frente a la española y a la europea. Un hecho que hace lleva a Andalucía a crecer más en tiempos de expansión, y permite avanzar en términos de convergencia económica en períodos de crecimiento. Pero también nos conduce a retrocesos de intensidad en períodos de crisis —como de 2008, cuando perdimos tres puntos de diferencial con España—.
La productividad es otra de las claves para entender el presente y el potencial económico de Andalucía, donde nos situamos en el 89,3% de la media nacional. Casi la mitad de la brecha se explica por nuestra especialización productiva regional en sectores con menor nivel medio de productividad. Tanto la inversión como el gasto en I+D+i están por debajo de lo que marcaría el tamaño de la Comunidad autónoma. Al tiempo que el peso de los activos intangibles en las empresas andaluzas es inferior a la media española.
Se une a ello el reducido tamaño de las empresas andaluzas y una alta volatilidad del tejido productivo, un bache para acometer grandes inversiones y proyectos de innovación relevantes. Una elevada natalidad en la creación de empresas y, a la vez, una alta mortalidad, que son consecuencia en gran parte de la falta vocacional y, también, de la baja formación del emprendedor.
Apoyémonos en las fortalezas de nuestra Comunidad: nuestras infraestructuras tradicionales, que facilitan una conexión rápida y ágil con otros centros económicos, la conectividad instalada para la implantación y desarrollo de empresas de la economía 4.0; nuestro capital humano y relacional con ecosistemas tecnológicos exitosos, como el Parque Tecnológico de Málaga, el de la Cartuja en Sevilla o el de la Salud en Granada; un sector aeronáutico estratégico; nuestros benditos sol y levante, recursos abundantes en la generación de energía; o un sector turístico de referencia.
La pandemia vivida debe ser un punto de inflexión y de reflexión sobre las medidas de política económica para el futuro. Medidas que caminan en la buena dirección, a través de palancas como la innovación, la sostenibilidad, la concentración de empresas, la búsqueda de nuevos mercados, y sobre todo por la apuesta por las generaciones venideras, su formación y su futuro, que se encuentran ante la mejor oportunidad de demostrar sus capacidades.
Decía Pablo de Olavide que «no hay honor ni buena filosofía en la incredulidad». Hoy, desde mi recién estrenada condición de miembro del Consejo Social de su Universidad, me permito alentar a nuestros jóvenes a que crean en sí mismos: vosotros sois nuestro mejor revulsivo para convertir a Andalucía en un verdadero motor económico y social.
Publicado en ABC Sevilla