Se acordaron 300.000 millones de dólares anuales de financiación climática pública y privada hasta el año 2035, lo que, aunque validado por todos, fue posteriormente considerado insuficiente a juicio de algunos de los receptores
En la madrugada del sábado 23 al domingo 24, como siempre fuera de plazo, pero no tanto como en otras ocasiones, se cerró la COP 29. La ocasión no era menor, ni sencilla, no lo eran los asuntos tratados ni los acuerdos necesarios.
Cada COP tiene su propia agenda, que se define sobre los peldaños escalados en las previas y lo establecido en el Acuerdo de París. Y sus resultados son, a su vez, el impulso necesario para los avances que necesariamente han de seguir sucediéndose. Por lo tanto, conviene cumplir lo programado y no dilatar los trabajos, porque el tiempo apremia. Y desde este punto de vista, algo más se esperaba de Bakú.
Tocaba hablar de financiación. Porque la agenda climática no es fácil de implementar, y es costosa. Las agendas de sostenibilidad son en buena parte, agendas de inversiones. Suponen detraer recursos de otros fines, para orientarlos a una batalla que a todos nos concierne, preocupa y afecta.
Medio lleno-medio vacío, como siempre, el vaso; siempre es deseable más, es necesario más, pero el contexto de enorme incertidumbre geopolítica, con consecuencias inevitables de índole económico, acrecienta el valor del compromiso financiero, que además, es de unos pocos (los mismos así acordados en el año 1992 en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, a pesar de lo mucho que han evolucionado las economías mundiales desde entonces) para muchos, que dependen de ello para lograr los objetivos compartidos por todos, y donde China, por ejemplo, como otras grandes economías a nivel mundial, se mantienen al margen de los países obligados, manteniendo su aportación como meramente voluntaria.
Se acordaron 300.000 millones de dólares anuales de financiación climática pública y privada hasta el año 2035 lo que, aunque validado por todos, fue posteriormente considerado insuficiente a juicio de algunos de los receptores. No se segmentaron entre mitigación, adaptación y pérdidas y daños como tantos hubieran deseado. Pero al menos, esta dotación se estableció como suelo, con una revisión intermedia y una Hoja de ruta Bakú-Belem, para aumentar la ambición con el horizonte puesto en los 1,3 billones de dólares anuales. Pero no todo es recibir dinero. Disponer de marcos regulatorios adecuados por parte de los países en desarrollo es una condición necesaria para posibilitar las inversiones necesarias para alcanzar los objetivos climáticos. Todos sabemos que la financiación es más eficiente en escenarios que ofrecen certidumbre, que ofrecen estabilidad y seguridad jurídica. Todo el mundo tiene una responsabilidad en ayudar al dinero a ser más eficaz en la lucha contra el cambio climático.
Si bien la financiación es imprescindible, los mercados de carbono se han probado como uno de los más eficientes catalizadores de la mitigación. La Unión Europea es el mejor ejemplo: Conocimos hace poco nuestra importante reducción de emisiones de gases de efecto invernadero del año 2023, un 8,3%, lo que sitúa a la UE en la senda adecuada para volver a cumplir el hito acordado en materia de mitigación, para el año 2030, de una reducción del 55% sobre los gases emitidos en 1990. En un análisis detallado vemos que se ha producido una disminución récord del 16,5% en las instalaciones que figuran en el régimen de comercio de derechos de emisión de la UE, generando además ingresos por valor de 43.600 millones de euros que se destinarán a acciones por el clima.
A este respecto, en Bakú se cerró el conocido como “libro de reglas” del Acuerdo de París, pendiente del desarrollo del artículo 6, por el que se regulan los mercados voluntarios de carbono, tanto las transferencias internacionales de unidades de carbono como un mercado global regulado para los créditos de carbono. El nuevo objetivo colectivo de financiación climática internacional se complementa así con la aprobación de estos acuerdos referidos a los artículos 6.2 y 6.4 del Acuerdo de Paris, para el establecimiento de mercados que establecen señales de precio, y que, si funcionan debidamente, son también un importante incentivo y fuente de financiación para la descarbonización.
Se precisan escenarios ciertos, con las reglas de juego adecuadas que conforman señales de precio que estimulen las inversiones necesarias para acelerar la descarbonización. Y poder hacerlo de un modo eficiente a nivel mundial, con el respaldo de Naciones Unidas era un acuerdo largamente esperado.
El aspecto más positivo es la propia puesta en marcha y regulación de su funcionamiento; la cesión, al menos por parte de la UE, es haber restado ambición a la transparencia de estos y a su rendición de cuentas. Pero hágase camino al andar…
El año pasado, la COP de Dubai tuvo la virtualidad de establecer señales claras al identificar lo necesario para limitar el calentamiento global a 1,5º C, que pasa, necesariamente, por eliminar los combustibles fósiles, sustituirlos por energías renovables, triplicándolas de aquí a 2030, y duplicando la eficiencia energética, al tiempo que se revierte la deforestación transformándola en un aumento de forestación.
Debe lamentarse que no se incidiera sobre ello, en un pobre programa de trabajo sobre mitigación. No obstante, será en la próxima COP en Belém, cuando en la presentación debida por todas las partes de sus nuevas contribuciones determinadas a nivel nacional, los nuevos planes de lucha contra el cambio climático que los países, conforme al Acuerdo de París, deberán presentar teniendo en cuenta el primer Balance Mundial acordado en la COP 28, pueda valorarse si aún es posible aspirar al necesario y ansiado objetivo de limitar el calentamiento a 1,5º C. Será también necesario emplearse a fondo estos 6 meses para aprobar en junio en Bonn lo que se postpuso en Bakú.
En el futuro inmediato, casi el presente, las partes deben reforzar sus compromisos climáticos. Será la suma de metas ambiciosas con planes efectivos, junto con el fortalecimiento de la financiación climática, hacia terceros y cada uno en su casa, lo que nos sitúe en el camino a París, con parada en Belém… Y todo ello pasa, necesariamente, por acelerar la descarbonización de la energía, en un planeta cuyas emisiones siguen debiéndose en un 75% a la quema de combustibles fósiles, se escriba, o no se haga, en el Pacto de Unidad Climática de Bakú.