ey-autonomia-estrategica-abierta

La Autonomía Estratégica Abierta como respuesta ante los retos actuales

Temas relacionados

Para España, la Autonomía Estratégica es una de las prioridades de su presidencia del Consejo de la UE.

El concepto de Autonomía Estratégica Abierta ha ido evolucionado en los últimos años al calor de importantes acontecimientos de alcance global que han acabado por situarla en primera línea de las prioridades políticas a nivel europeo y nacional.

En un comienzo, el concepto de autonomía estratégica se asoció, casi exclusivamente, al ámbito de la seguridad y defensa, como se reflejó en la “UE Global Strategy” de 2016. Desde ese momento, acontecimientos como el Brexit; la creciente rivalidad China-Estados Unidos; o el enfoque proteccionista y aislacionista de la presidencia de Trump; ampliaron el alcance de este concepto para abarcar otros elementos como la economía, la tecnología o la energía. Más adelante, al estallar la pandemia, la excesiva dependencia europea de China en cuanto al suministro no solo de mascarillas o respiradores sino, también, de productos farmacéuticos, semiconductores o materias primera críticas supuso un punto de inflexión para el impulso de la Autonomía Estratégica Abierta.

Los últimos años nos han seguido demostrando cómo, cada vez en mayor medida, la geopolítica condiciona la economía. La invasión rusa de Ucrania y las crecientes tensiones con China lo han seguido poniendo de manifiesto. Las evidencias de nuestra dependencia energética, de semiconductores o de materias primas, han seguido fortaleciendo este concepto. .

En este contexto, la determinación de Estados Unidos con su gigantesco esfuerzo de renacionalización de capacidades productivas a través de instrumentos como la Inflation Reduction Act (IRA) o la Chips and Science Act, ha obligado a la UE a reaccionar para no dejar su capacidad industrial desprotegida. Así, si la puesta en marcha de Next Generation EU (NGEU) y, especialmente, los fondos del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (MRR)  fueron una respuesta muy ágil a la crisis generada por la COVID-19, ésta se ha ido adaptando y reforzando a las nuevas circunstancias a través de esfuerzos adicionales como el Green Deal; el programa REPowerEU; la European Chips Act; la Critical Raw Materials Act; o, incluso, la adaptación del régimen de ayudas de Estado dirigida a generar una mayor capacidad de apoyo al objetivo de cero emisiones en la industria europea.

Este esfuerzo europeo, que podemos entender coherente con el concepto de Autonomía Estratégica Abierta, se hace necesario ante la nueva configuración global que está forzando el nuevo marco de rivalidad entre China y Estados Unidos. Sin embargo, la dinámica que ello está abriendo está cuestionando el modelo que ha servido para establecer un marco de prosperidad mundial desde mediados del siglo anterior. Un mundo de bloques, centrados cada uno de ellos en la búsqueda de menores interdependencias puede derivar en un juego de suma cero, cuando no de destrucción de riqueza. Ello, por un lado, nos aleja del modelo de crecimiento económico mundial que hemos conocido, privando a millones de ciudadanos de las ventajas de la globalización y, por otro lado, amenaza con dejar de lado a los actores del llamado Global South, cada vez más relevantes, que, como analizaba recientemente The Economist, no están cómodos en esta dinámica de elección de bandos y apuestan por entornos fluidos, donde sea posible el llegar a acuerdos sin restricciones.     

Parece que las dinámicas globales empujan a este nuevo paradigma, pero lo esencial es que esta idea de Autonomía Estratégica sea la menos mala de las alternativas, sabiendo que no es la óptima. Autonomía Estratégica no debe entenderse como autarquía, ni mercantilismo, sino como un proceso destinado a limitar nuestra dependencia de aquello contrario a nuestros intereses y valores, pero sin limitar ni impedir la colaboración y apertura en el resto de los ámbitos y con el resto de los actores. Más allá de impulsar ayudas a la transición energética y transformación digital, e incluso de valorar cambios en determinadas políticas comerciales, podemos impulsar nuestra autonomía estratégica reforzando nuestro mercado interior europeo, por ejemplo, en energía o en banca. O podemos impulsarlo también reforzando la competencia en los mercados interiores, y con ello impulsando la eficacia y eficiencia de los operadores en nuestros mercados. O haciendo reformas en los mercados de bienes y servicios reforzando nuestra competitividad.

En este contexto es muy oportuno que España haya decidido que la Autonomía Estratégica sea una de las prioridades de su presidencia del Consejo de la UE. Y es muy necesario que acierte concretando las medidas e instrumentos que deberían priorizarse.

España y la UE están inmersas en una dinámica de rivalidad global que les condiciona y que les obliga a reaccionar. Esto nos va a acompañar durante los próximos años, de forma cada vez más intensa. Y en ese marco, siempre siendo fieles a la defensa de nuestros principios y valores, ebemos tener claras cuáles son nuestras prioridades. Esta idea  debe ayudarnos a identificarlas y alcanzarlas, sin perder el rumbo en un contexto tan convulso. La confluencia de la reconversión de las cadenas globales de valor junto con el despliegue de los fondos NextGenerationEU y RepowerEU suponen una extraordinaria oportunidad que Europa y España no deben dejar pasar.

Publicado en Expansión


Resumen

Autonomía Estratégica no debe entenderse como autarquía, ni mercantilismo, sino como un proceso destinado a limitar nuestra dependencia de aquello contrario a nuestros intereses y valores, pero sin limitar ni impedir la colaboración y apertura en el resto de los ámbitos y con el resto de los actores. Más allá de impulsar ayudas a la transición energética y transformación digital, e incluso de valorar cambios en determinadas políticas comerciales, podemos impulsar nuestra autonomía estratégica reforzando nuestro mercado interior europeo, por ejemplo, en energía o en banca.

Acerca de este artículo

Autores

Artículos relacionados