Cada vez más empresas se nutren de conocimiento geopolítico al ser conscientes de que este saber se constituye como un elemento consustancial a su negocio
Los últimos años nos están confrontando con un panorama económico marcado, entre otras, por dos palabras claves: volatilidad e incertidumbre. Dos malas compañías para cualquier gobierno y para cualquier empresa, pues dificultan la planificación y la fijación de escenarios de futuro. Así, vemos cómo las previsiones económicas se someten a continuas correcciones y se fijan, por prudencia, en horquillas de variación cada vez más amplias
La causa principal de ello es, hoy más que nunca, el complicado escenario geopolítico mundial, que condiciona el devenir económico, estableciendo una correlación entre geopolítica y economía que no se había observado con tanta intensidad desde ya hace mucho tiempo. Si atendemos a las principales noticias económicas (evolución de la inflación, tipos de interés, tipos de cambio, intercambios comerciales, flujos de inversión exterior, ruptura de las cadenas de valor globales, etc.), vemos cómo las mismas vienen muy determinadas por tensiones geopolíticas (invasión rusa de Ucrania; rivalidad entre China y Estados Unidos, tensión alrededor de Taiwán…). Incluso, acontecimientos no geopolíticos en su origen, como el COVID-19, acabaron convertidos en ello, como se vio cuando el cierre de los países por la pandemia mostró la vulnerabilidad de occidente en una excesiva dependencia de suministros (y no solo médico-sanitarios) de China.
Más allá del incierto devenir de la situación en Ucrania y sus efectos (por ejemplo, sobre el precio de la energía), existe un factor esencial que se hace necesario monitorizar y comprender, pues está derivando en importantes consecuencias económicas globales como es la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China.
La dinámica actual requiere mucha atención, por sus implicaciones. China ha declarado su voluntad de alcanzar el “Sueño chino”, esto es, llegar a 2049, cuando se cumpla un siglo desde la llegada al poder del Partido Comunista, como una potencia global en el ámbito tecnológico, militar, económico y geopolítico. Y no escatima esfuerzos para ello, bajo el liderazgo omnímodo de Xi Jinping. Por su parte, Estados Unidos ha declarado a China como rival y como la única potencia capaz de aspirar a equiparar el poderío americano. Amparado en la visión compartida de demócratas y republicanos sobre la amenaza china a su liderazgo, el país está desplegando una estrategia que combina, por un lado, un componente de renacionalización de sus capacidades productivas para limitar sus dependencias (Inflation Reduction Act; Chips Act; etc.) con, por otro lado, la contención tecnológica, en especial a través de la prohibición de exportación de tecnologías sensibles de posible uso dual (civil-militar), como los semiconductores, aspecto en el que está, además, apoyándose en aliados como Taiwán (principal productor del mundo de chips avanzados), Japón o Corea del Sur.
En lo que a nosotros respecta, la Unión Europea está tratando de encontrar acomodo en este difícil escenario, tanto para hacer frente a la creciente asertividad china como, también, para equilibrar la potencia de los instrumentos puestos en marcha por EE. UU. Así, más allá de la acertada respuesta que supusieron los fondos NGEU ante el COVD-19, la UE ha ido adaptando su catálogo de respuestas a las nuevas circunstancias globales (como la guerra de Ucrania) a través de nuevos programas e iniciativas como REPowerEU, la Chips Act; la Raw Materials Act o el Green Deal.
La conclusión de todo ello es que se hace necesario entender la dinámica en la que estamos inmersos, pues la misma tiene consecuencias directas sobre nuestro día a día y sobre nuestras decisiones y expectativas. La geopolítica no es ya, hoy, algo que podemos considerar lejano o con poca capacidad de afectarnos. Al contrario, los acontecimientos mundiales, con su impacto sobre la economía, nos son muy cercanos y nos obligan a un esfuerzo de seguimiento y comprensión.
En los últimos tiempos son cada vez más las empresas que se nutren de conocimiento geopolítico al ser conscientes de que este saber se constituye como un elemento consustancial a su negocio. A pesar de ser un ámbito exógeno, sobre el que no podemos influir, el ser capaces de comprenderlo y, en lo posible, anticiparlo, nos permitirá reducir esos dos factores, volatilidad e incertidumbre, que tanto impactan sobre nuestras empresas.