Tras varios años con un escenario macroeconómico en España impulsado por un contexto mundial favorable, en 2019 nos enfrentamos a una revisión a la baja de las previsiones de crecimiento.
Se une una creciente inestabilidad geopolítica global, que el proteccionismo comercial y los unilateralismos amenazan con hacer estructural. Además, el Brexit y los desafíos de la situación en Italia, Francia y Alemania nos sitúan en un contexto de incertidumbre al que debemos acostumbrarnos. Necesitamos, ahora más que nunca, acometer una reforma fiscal estructural que impulse la competitividad de nuestro tejido empresarial. Una reforma guiada por la potenciación de la seguridad jurídica, la certidumbre, la simplicidad y la modernización del sistema. Sólo así podremos situar a nuestras empresas y a la economía española en el lugar que les corresponde.
Pero la cuestión es la de siempre. Las reformas fiscales estructurales suelen ser las del gobierno de turno. Reformas que se ven sustituidas por nuevas reformas estructurales del gobierno que le sucede. De tal modo que en una década de reforma fiscal suele quedar poco de estratégico y sí mucho de coyuntural y de táctica presupuestaria. En una crecientemente compleja configuración del mapa político en España, podemos aventurar que la situación no va a ir a mejor en los próximos años si no le ponemos remedios de Estado.
Cinco son las columnas que deberían soportar la arquitectura de la fiscalidad empresarial en España:
- Se debe seguir favoreciendo, dentro de la normativa de la UE, la internacionalización de la empresa española y la inversión de multinacionales en España. Ha sido precisamente su fiscalidad un elemento esencial para que la exportación de bienes y servicios haya pasado del 25 a casi el 35% de PIB en la última década. Debemos mejorar la fiscalidad para los expatriados formados en España en los que, como país, hemos invertido millones de euros, lo que debe completarse también con la atracción de impatriados, como han hecho recientemente países vecinos como Italia o Portugal. Hay que apostar por la atracción del talento.
- Sólo así tendremos el camino expedito para redirigir nuestro modelo productivo y reinventarnos con la potenciación del I+D+i que, pese a tener en España unos beneficios fiscales equiparables a los del resto de la UE, sufren una burocratización excesiva que ha dificultado la apuesta por la innovación a la empresa española, como lo demuestra el hecho de que su aprovechamiento, con datos de los PGE, haya pasado en pocos años de más de 1.000 a apenas 200 millones de euros.
- Esos mismos beneficios, además, deben dar cobertura a una innovación que ponga a España en la cabeza de la digitalización fiscal, y en particular de la robotización y la analítica avanzada.
- Sobre la base hasta aquí descrita, es necesario actualizar nuestra fiscalidad en sectores estratégicos como el de la energía o el automóvil, pero siendo conscientes de que la misma, debe ser sólo un complemento en la política global de unos sectores que aportan una elevada cifra de nuestro PIB y de nuestro empleo.
- La Administración requiere una reforma profunda. Simplificar las múltiples organizaciones existentes para la gestión de los tributos estatales, autonómicos y locales, y potenciar una relación más cooperativa entre la Administración tributaria y la empresa, que permita la máxima transparencia entre las mismas.