El pasado mes de marzo se celebró en Nueva York la segunda Conferencia Mundial del Agua de Naciones Unidas (¡La anterior había tenido lugar en 1977!), con el fin de revisar los avances del periodo 2018-2028, declarado Decenio para la Acción sobre el Agua, para acelerar las actuaciones necesarias para alcanzar el aún lejano Sexto Objetivo de Desarrollo Sostenible: Garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos. El agua tiene un ODS específico, pero está muy vinculado a la consecución de al menos otros 12, sino de todos.
Las cifras son ciertamente preocupantes, algunas: 2.000 millones de personas no tienen acceso a agua potable segura. 3.600 a saneamiento en condiciones. El 80% del agua vuelve al medioambiente sin estar debidamente tratado. En el planeta hay 250 ríos y 592 acuíferos transfronterizos. Hay 700 acuerdos internacionales, pero aun dos terceras partes no tiene un marco de gestión cooperativa.
El resultado de la Conferencia ha sido la Agenda de Acción para el agua, con 700 compromisos dirigidos a alcanzar la seguridad hídrica global, y el reconocimiento del agua como bien común.
Estamos unidos por el agua, y no sólo a través de las aguas transfronterizas de ríos, lagos y aguas subterráneas. Somos interdependientes. Estamos unidos por el ciclo global del agua, por el agua en la atmósfera. Nuestra fuente de agua dulce, las precipitaciones que caen en cada lugar de la tierra, no dependen de lo que suceda en ese rincón concreto, sino en el resto de los países. Por lo tanto, es imperativo un ciclo global del agua equilibrado, de otro modo, el desarrollo sostenible estará comprometido. Y se necesita una ordenación integrada de los recursos hídricos para lograr los objetivos sociales, económicos y medioambientales.
Todos los años, World Economic Forum publica The Global Risk Report, el mapa de riesgos mundiales a los que nos enfrentamos, valorando tanto la probabilidad como el eventual impacto de los mismos. A lo largo de los últimos 10 años aparecen entre los principales riesgos bien la crisis hídrica como tal, bien otros riesgos vinculados al agua como el clima extremo, o el fracaso en la lucha contra el cambio climático o desastres naturales, y la mayoría asociados al agua. Y no hay duda de que durante los próximos años los problemas relacionados con los recursos hídricos serán más urgentes. El crecimiento de la población, el proceso de urbanización y el desarrollo económico provocarán un aumento de la demanda anual de agua del 1%. Ineficiencia en la gestión, falta de inversión, contaminación y cambio climático añadirán mayor estrés hídrico. Sin olvidar el fuerte vínculo entre el cambio climático, pérdida de biodiversidad y crisis hídrica.
Con motivo de la Conferencia de Naciones Unidas, la Comisión Mundial sobre la Economía del Agua, organismo auspiciado por la OCDE y el gobierno holandés, ha publicado sendos informes, previos al que será su informe final en 2024. Destacan la trascendencia de agua para la vida, su carácter de bien común global vinculado al logro del desarrollo sostenible. Consideran que el agua debe valorarse debidamente y debe reconsiderarse la gobernanza del ciclo del agua. Y proponen, entre otras consideraciones, aumentar la inversión pública y privada, que el precio del agua refleje su valor, una gestión más eficiente y equitativa, suprimir las subvenciones que incrementan el consumo de agua, aumentar los almacenamientos de agua dulce, desarrollar la economía circular del agua, reducir la huella hídrica en la industria y adaptar la agricultura a la escasez de agua.
La Unión Europea tiene en la Directiva Marco de Agua -a la que acompañan muchas otras- la principal norma de protección de los recursos hídricos. Se articula a través de la planificación por medio de los planes hidrológicos de cuenca y los programas de medidas para satisfacer los objetivos de que todas las masas de agua alcancen el buen estado cuantitativo y cualitativo, y asegurar agua suficiente para los ecosistemas y las necesidades humanas. Aunque quede camino por recorrer para su efectiva implementación, es un referente de gestión.
Es mucho lo que hay que hacer a nivel local, nacional y mundial. Muchas las brechas que cerrar: gobernanza, know-how, marcos regulatorios sectoriales, alertas tempranas, digitalización, infraestructuras verdes, soft y grises, economía circular, conservación y restauración de ecosistemas, protección de las masas de agua, reducir la contaminación aumentar la acción climática… Todo ello requiere mucha financiación y será inalcanzable sin la debida colaboración público-privada.
Por todo lo visto anteriormente, no hay duda de que el agua deberá estar cada vez más presente en las estrategias de sostenibilidad de las empresas. La propia taxonomía europea, aún en desarrollo, incluye “El uso sostenible y protección de recursos hídricos y marinos” como uno de los 6 objetivos medioambientales posibles para que una actividad económica sea considerada medioambientalmente sostenible.
Los participantes en los mercados financieros deben tener políticas relativas a los riesgos de sostenibilidad, donde los riesgos asociados al agua no desaparecerán al menos a corto y medio plazo.
A la espera del acto delegado de la Comisión que marque a las empresas cómo facilitar su información en materia de sostenibilidad, todo apunta a que se requerirá doble materialidad en el reporte y varios estándares temáticos medioambientales vinculados con el agua, como el cambio climático, la contaminación, la biodiversidad o la economía circular.
La huella hídrica cobrará protagonismo. CDP tiene uno de sus cuatro cuestionarios temáticos centrados en la seguridad del agua, en la información sobre el riesgo hídrico presente y de futuro.
La directiva de diligencia debida en materia de sostenibilidad, aún en negociación, supondrá un significativo paso, del reporte a la responsabilidad y no sólo de las propias operaciones sino para la cadena de valor.
En la COP 15 de Biodiversidad del pasado año se acordó el Marco Mundial de la Diversidad Biológica, que incluye proteger el 30% del agua terrestre y marina, y para ello se da el mandato de desarrollar medidas normativas urgentes a nivel mundial, regional y nacional.
Todos estamos afectados, todos debemos sentirnos interpelados. Los Estados, las empresas, los ciudadanos. Sabemos mucho de lo que tenemos que hacer. Con o sin sequía. Si no queremos que el estratégico, valioso e insustituible recurso agua sea un factor limitante del bienestar, prosperidad y desarrollo futuro de España, no cabe la inacción como respuesta. Menos aun cuando tenemos los recursos financieros necesarios a nuestra disposición: La ampliación y revisión del Programa de Recuperación y Resiliencia es una oportunidad única que no volverá, para cumplir el mandato de la UE de la transformación ecológica abordando las cuestiones relativas al agua, que son medioambientales y que son desarrollo social y económico.
Que el agua no sea un factor limitante de nuestra prosperidad, bienestar y desarrollo futuros dependerá de lo que se invierta hoy en ella.