No podemos imaginar nuestra vida sin energía como no podemos imaginarla sin agua.
Ambas están detrás de nuestro bienestar, de nuestra calidad de vida, de nuestro desarrollo económico y de nuestro progreso. Su carencia es, sin duda, un factor limitante de nuestra prosperidad presente y futura.
Trabajamos en el presente para un futuro próximo con una energía limpia y una gestión sostenible del agua. Pero satisfecha la demanda de ambas.
De entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, el sexto indica: Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos; y es considerada en muchos otros de ellos.
Es ésta una cuestión tan urgente como universal. Además, en España los recursos hídricos siempre han sido escasos e irregularmente repartidos, en el espacio y en el tiempo. Con el medio ambiente como principal referencia y la preocupación por el cambio climático, es necesaria una planificación hidrológica rigurosa que logre el desarrollo socioeconómico vinculado a su disponibilidad.
No debemos olvidar que la lucha contra el cambio climático tiene dos componentes, la mitigación y las medidas dirigidas a reducir las emisiones de gases efecto invernadero para frenar el calentamiento, y la adaptación al nuevo clima que cambiará, previsiblemente, los regímenes pluviométricos, haciendo necesaria inversión en nueva infraestructura hidráulica adaptada a las nuevas circunstancias. Así pues, si bien España cuenta con una larga tradición de planificación hidrológica, se requiere, más que nunca, de una acción ininterrumpida.
El alcance de la tarea a acometer es de tal magnitud que requerirá de la suma de múltiples soluciones. Son varios los miles de medidas identificadas en los planes hidrológicos de cuenca en vigor; planes que persiguen alcanzar el buen estado de todas las masas de agua y satisfacer la demanda; que ordenan los recursos hídricos de las cuencas de cada uno de nuestros ríos y que consideran ya el cambio climático. Fueron aprobados con un altísimo consenso en el Consejo Nacional del Agua.
Son muchos los miles de millones de euros que se precisan para que estas medidas sean debidamente ejecutadas.
Se da la circunstancia de que en España nos “han caído”, como la buena lluvia, hasta 140.000 millones de euros del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia europeo. La UE impone que se usen para abordar la transición ecológica, -no olvidemos aquí la adaptación al cambio climático-; para lograr el crecimiento de nuestra economía, del empleo, la cohesión social y territorial y para mejorar la resiliencia (capacidad para afrontar perturbaciones económicas, sociales o medioambientales de manera justa, sostenible e inclusiva), y para cumplir con las recomendaciones del marco del Semestre Europeo.
Se da también la circunstancia de que la UE, en el marco del Semestre Europeo, recomienda a España que, entre otras medidas, centre la inversión en la gestión de los recursos hídricos.
Por lo tanto, no debería haber lugar para la inacción en materia de agua e infraestructura hidráulica. No se puede esperar a la próxima sequía. La crisis hidráulica se debe afrontar antes de que se produzca o agudice. No podemos desoír esta señal de alarma.
Igual que en la gestión de residuos hay una jerarquía que establece que lo primero es prevenir su producción, seguida de la reutilización; en la mitigación del cambio climático, para reducir las emisiones de gases invernadero que genera el consumo energético, lo primero debe ser la eficiencia energética; en la gestión de los recursos hídricos la eficiencia y el ahorro deben ser prioridad.
En esta jerarquía, las soluciones verdes deben ser considerarse prioritarias. Pero conscientes de que por sí mismas no dan respuesta suficiente a las tantas necesidades del recurso hídrico en todo el territorio español, ninguna opción debe ser a priori desechada. Que lo sea por no ser la más adecuada en unas determinadas circunstancias o porque no se cumplan los requisitos exigibles en cada momento.
Para quienes cuestionan la inversión en infraestructura hidráulica, muchas son las respuestas posibles. Caben también preguntas: ¿Qué grado de desarrollo y bienestar, y oportunidades de empleo hubiéramos alcanzado en España sin infraestructura hídrica? ¿Podemos limitar el desarrollo y bienestar de las futuras generaciones por no abordar hoy, en la medida que corresponde, las inversiones que satisfagan las necesidades presentes y potenciales carencias de agua futuras?
Reutilización, depuración, depósitos, abastecimiento, conexión, saneamiento, desalación, presas, modernización de regadíos, transferencias, conducciones, estaciones de tratamiento, emisarios, colectores, restauración hidrológico-forestal, rehabilitación de acequias, diques, canales, balsas, eficiencia en distribución y abastecimiento, impulsión, regeneración de márgenes, protección de avenidas, recuperación ambiental, recarga de acuíferos, estaciones de bombeo… No hay única respuesta, ni fuente de recurso, ni única solución, sino la suma de todas, con las limitaciones ambientales debidas y consideraciones de todos hacia todos, con todas las alternativas que la ingeniería pone a nuestro alcance, con una jerarquía, que empieza por el uso más eficiente posible.
La peor respuesta, la que seguro lamentaremos, será la falta de la acción. Que el agua no sea un factor limitante del bienestar, prosperidad y desarrollo futuro en España dependerá de lo que invirtamos hoy en ella. La UE ha puesto a disposición los recursos económicos que se necesitan. Con el medio ambiente en el eje de cada actuación, sin prejuicios, mirando a largo plazo y pensando en las generaciones futuras debe buscarse la respuesta.