La equidad en el acceso al diagnóstico y al tratamiento es irrenunciable, pero imposible si no cambiamos.
Tras la crisis sanitaria, esperamos expectantes la formación en próximas semanas de nuevos equipos de Gobierno a nivel autonómico y central. Pero, sobre todo, esperamos con todas nuestras fuerzas que la Sanidad no sea una vez más -como lo ha sido hasta ahora por todas las opciones políticas-, la hermana pobre, lejos del liderazgo exigible antes de la pandemia. Más aún, ahora, que se han puesto de manifiesto todas las deficiencias de nuestros sistemas sanitarios, estructurales y no coyunturales… Si es que algo hemos aprendido…
Tras las crisis de toda índole: económicas, sociales y sanitarias; es el momento de prepararnos ante las que ocurrirán en un futuro, próximo o lejano. Según actuemos, o no, introduciendo en la cotidianeidad aquello que nos haga consolidar nuestras fortalezas y hacer frente a los retos en condiciones óptimas. Tanto a nivel individual, como a nivel colectivo y, siempre, hablando de salud, bien como personas, pacientes o profesionales sanitarios.
Hay múltiples visiones, que podríamos resumir en algo obvio, y es que nuevos problemas exigen nuevas soluciones y, la salud; como hemos visto, una vez más, afecta a toda la población, independientemente de la edad y de la situación social. Y durante mucho más tiempo; ya que la expectativa de vida ha aumentado más de veinte años, en relación a principios del siglo pasado, lo que conforma una nueva realidad que no han recogido todavía las normas que nos rigen y que fueron redactadas hace décadas para otra realidad.
¿A qué retos y tendencias nos referimos? El envejecimiento y el incremento de las enfermedades crónicas -consecuencia de lo anterior- y, los avances en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades: son prioridades absolutas. En 2050, el 80% de las personas mayores vivirá en países de ingresos bajos y medianos, siendo el ritmo de envejecimiento de la población mucho más rápido que en el pasado. Hemos de garantizar que los sistemas de salud y de asistencia social estén preparados para afrontar este cambio demográfico. Habrá menos trabajadores que paguen impuestos para financiar programas de derechos como pensiones o atención médica. Sin olvidarnos del problema de la Salud Pública que supone la soledad no deseada, entre el 30-50% de los mayores de 65 años. La soledad, debe estar presente en todas las políticas, con una mirada integral e integrada, transversal e interdisciplinar.
Nuestro entorno se deteriora, por eso hemos de tener en cuenta la sostenibilidad económica, social y ambiental. El cambio climático supone un doble desafío para la salud, poniendo en peligro la salud humana sobrecargando los sistemas sanitarios, ya de por sí colapsados, porque la exposición al calor ambiental agrava las enfermedades cardíacas, respiratorias, infecciosas y metabólicas (diabetes). Lo que impacta, principalmente, en los mayores; pero también aumentan los problemas de salud mental, cada vez más inminentes. Doble, porque en el otro sentido la atención médica es contribuyente neto en anomalías climáticas, estimándose en un 5-6 % las emisiones globales de gases de efecto invernadero (edificios intensivos en energía, materiales de un solo uso, movilidad de trabajadores y pacientes, suministros de medicamentos, dispositivos, alimentos, etc.) y, lo hemos de ver no como un conflicto irresoluble; sino como la oportunidad de cambiar las vías de desarrollo hacia la sostenibilidad desde la atención sanitaria. Con tecnologías, sistemas y pautas de consumo neutros para el clima, además, actualmente el 40% es ineficiente. Más dinero para sanidad, sí, pero para hacer las cosas de manera más eficiente.
Mención aparte merece la transformación digital, cuarta preocupación de los mayores de 65 años, después de la salud, la pensión y la seguridad. Venimos trabajando en prestar una medicina personalizada de precisión; ya que conocemos mejor nuestro genoma y el de las enfermedades, ayudados de nuevas tecnologías. Estamos en condiciones de hablar de una atención inteligente personalizada en la medida que la inteligencia artificial pase a ser nuestra aliada. En el sector de la salud, hay previsto un déficit de 18 millones de profesionales en todo el mundo para el 2030 y esto requiere un cambio urgente de modelo, hacia la virtualización, la automatización y la inteligencia artificial.
El paciente en el centro, la realidad no cambia por más que repitamos este mantra y, es tozuda, poniendo en evidencia la falta de interoperabilidad de los sistemas -no solo social y sanitario sino también entre centros hospitalarios y de atención primaria dentro del mismo servicio regional-. Por supuesto a nivel del Sistema Nacional de Salud, pendiente una única historia clínica digital (europea sería deseable) y el acceso a una receta electrónica en cualquier rincón del país. Los datos del paciente, que son suyos, siguen siendo inaccesibles para su titular, en aras de una presunta protección, privacidad y seguridad que a todas luces no está garantizada dentro de las actuales circunstancias.
Nuevos tiempos, nuevos modelos, nuevos perfiles profesionales… La equidad en el acceso al diagnóstico y al tratamiento es irrenunciable, pero imposible si no cambiamos.
Publicado en El Economista