En el verano de 2021, cuando empezábamos a recuperarnos del shock que la pandemia produjo por el cierre de actividades no esenciales y las limitaciones al consumo social, -que se tradujo en una caída del PIB del 11,3% en 2020-, aparece un fenómeno económico que en los países desarrollados habíamos casi olvidado: la inflación. En una primera fase, fueron los costes energéticos (gas, combustibles) los que impulsaron la inflación al alza, pero a partir de febrero de 2022 con la invasión rusa de Ucrania; se acelera la subida de precios y ésta se traslada definitivamente a los precios alimentarios. El IPC (Índice de Precios al Consumo) general alcanzó su máximo en julio de 2022 con una tasa interanual del 10,8%; a partir de entonces comenzó a descender rápidamente por la bajada de la energía; mientras que el IPC alimentario se mantuvo en máximos hasta febrero de 2023 con una tasa del 16,5%, incluso después de la bajada del IVA en ciertos alimentos básicos. El último dato publicado por el INE (Instituto Nacional de Estadística), abril de 2023; muestra la primera desaceleración significativa de la inflación alimentaria hasta el 12,9%, 3,6 p.p. menos que en el mes de marzo.
Para poner en perspectiva lo que ha supuesto este ciclo inflacionario de los alimentos, hay que analizar los datos a largo plazo: entre 2002 y 2008, la inflación alimentaria creció un 4,2% en tasa interanual media; debido fundamentalmente a la entrada en el Euro. Posteriormente, entre 2009 y 2021, la inflación alimentaria creció a una tasa media inusualmente baja, del 1,2%, con varios periodos de inflación negativa por el impacto de la crisis financiera y, ya entre 2022 y 2023; la inflación alimentaria ha subido al 12,5%, lo que demuestra que este ciclo reciente es un fenómeno anómalo en España durante las dos últimas décadas.
En el debate sobre las causas de la inflación, todos los datos apuntan a que se trata de una inflación de costes y no de márgenes empresariales; como muestra la evolución de costes y precios en los diferentes eslabones de la cadena de valor agroalimentaria: los precios pagados por bienes y servicios agrarios subieron más que los precios percibidos por el agricultor y ganadero, mientras que el IPRI -indicador de los precios industriales-, subió menos que estos pero en mayor medida que el IPC ; lo que indica que los agentes de la cadena estarían reduciendo sus márgenes o, como mucho, haciendo un mero “pass-through” de costes para intentar mantenerlos. El propio ministerio de Economía en su último programa de estabilidad remitido a Bruselas afirma que los costes importados, materias primas e inputs básicos, explicaron casi el 95% del incremento de los precios de los alimentos. Y los datos de cuentas anuales de 2022 que se van publicando confirman que los márgenes de los principales fabricantes de consumo y distribuidores minoristas disminuyeron en 2022.
La principal consecuencia de la inflación en los mercados de gran consumo es la caída de las ventas en volumen. Si tomamos los datos de ventas minoristas de alimentación del INE, éstas cayeron en 2022 a precios constantes a una tasa media del -1,7%; mientras que a precios corrientes crecieron un +8,7% apoyadas por una inflación del +11,6%. Los datos del mapa para la alimentación en el hogar en TAM (Total Anual Móvil) en noviembre de 2022 indican una caída mucho mayor, del -8,7% en volumen y del -1,7% en valor, con un incremento de precio medio del +7,6%. Y los paneles detallistas confirman esta tendencia con una caída en volumen para los productos de gran consumo del -4,5% en enero de 2023, el mayor descenso mensual de la serie histórica. La evolución por categoría es muy variable, sorprendiendo la positiva evolución del Vestido y Calzado, según las propias ventas minoristas del INE; así como la recuperación del consumo en hostelería y viajes, y que seguramente reflejan el ‘efecto devolución’ de la pandemia.
La pérdida de poder adquisitivo afecta en mayor medida a los hogares de menor renta; ya que éstos dedican una mayor proporción de su presupuesto de gasto a los alimentos, entre 5-6 p.p., lo que implica una tasa relativa de inflación superior en 1,6 p.p. para este tipo de hogares. El consumidor reacciona a esta pérdida de poder adquisitivo con estrategias de ‘trading down’ cuyo mejor exponente es el crecimiento en cuota de la marca de distribución frente a la marca de fabricante y que en España experimentó un crecimiento de 2,6 p.p. hasta el 46% durante 2022.
Realizar previsiones en esta coyuntura económica resulta especialmente complejo. Las últimas previsiones del Banco de España revisan ligeramente al alza el crecimiento del PIB hasta el 1,6% (+0,3 p.p. respecto a la anterior), debido a un crecimiento mejor del esperado en 2022 y a un mayor dinamismo en el primer y segundo trimestre de 2023. El avance de la contabilidad nacional del INE del primer trimestre de 2023 refleja una variación del PIB del +0,5% respecto al trimestre anterior en volumen, si bien el consumo final de los hogares encadena dos trimestres con tasas negativas (-1,7% y -1,3%). Uno de los factores que hasta ahora había impulsado el consumo, el colchón de ahorros postpandemia, parece agotado al haber caído la tasa de ahorro de las familias al 6,3% en 2022 (-59% respecto a diciembre 2020). El principal punto de apoyo del consumo seguirá siendo el empleo, con buenos datos de afiliación y que debe permitir una cierta recuperación de la renta disponible. Sin embargo, el crecimiento de los tipos de interés hará que el recurso a la financiación mediante el crédito al consumo sea poco sostenible; ya que se detraerán recursos hacia el repago de hipotecas. Afortunadamente, la inflación parece haber tocado techo y el Banco de España ha revisado a la baja la tasa de inflación media en 2023 hasta el 3,7% (-1,2 p.p.), revisión que se explica principalmente por el componente energético, mientras que los precios de los alimentos y el componente subyacente incorporan una revisión al alza. De momento no hay grandes alegrías en la evolución del consumo, pero sí una resiliencia clara que indicaría que no se espera una recesión, y si llega, no será muy profunda.
Publicado en El Economista