La victoria de Trump en las elecciones presidenciales americanas ha dado un vuelco a esa percepción relativamente positiva para 2025 por muchos motivos En primer lugar se ha producido un enorme aumento de la incertidumbre sobre las políticas económicas que la principal economía del mundo llevará acabo a la vez que ha aumentado el riesgo geopolítico por la posición enormemente agresiva que Trump mantuvo hacia China desde su primer mandato.
A pesar de ese salto cuántico en el grado de incertidumbre, podemos al menos revisar las medidas económicas que Trump ha resaltado en su campaña electoral que se articulan en tres ejes. El primero es la reducción de la inmigración a través de deportaciones masivas, lo que reducirá la oferta de trabajo en EE. UU. con consecuencias negativas para el crecimiento y la inflación. La segunda es la reducción del impuesto a sociedades, lo que debería atraer más capitales a EE. UU. pero también aumentará el ya elevado déficit fiscal americano.
Además, Trump planea aumentar los aranceles a las importaciones de manera generalizada, aunque en mayor medida a China. Dado la naturaleza inflacionista de todas estas medidas, parece claro que la Reserva Federal tendrá que ser seguir vigilante ante un repunte de la inflación, que ya hoy sigue sin bajar del todo a diferencia de Europa por la fortaleza de la economía americana, especialmente si se la compara con Europa. Esto significa que el sueño dorado de una normalización rápida de la política monetaria americana, y con ello un dólar débil, mejorando las condiciones financieras globales, es cada vez más improbable.
Este cambio de expectativas con la llegada de Trump es especialmente preocupante para las economías con necesidades de financiación externas, muchas de las cuales son emergentes o incluso en vías de desarrollo. Para Europa, equivale a un euro más débil, empujado adicionalmente por los problemas políticos que afrontan los países más grandes de la Unión Europea, Francia y Alemania. Este euro más débil debería ser bienvenido desde un punto de vista de competitividad externa puesto que los aranceles que Trump tiene pensado introducir bien podrían incluir a la Unión Europa. En ese sentido, el hecho de que las primeras declaraciones de Trump sobre aranceles, desde su victoria electoral, hayan ido dirigidos a México y Canadá (con 25% de aranceles a pesar de contar con un acuerdo comercial con EE. UU.) respecto a solo 10% adicional para China, debería saltar las alertas de la Unión Europa. Otra pregunta clave en el ámbito de los aranceles es si Trump ampliara el circulo a los países donde China asambla sus productos para poder revenderlos a EE. UU. entre los que destaca Vietnam, pero también Malasia y México. En otras palabras, el resto de Asia puede no ser un ganador del proteccionismo americano, como ha sido el caso durante la administración Biden.
Si a esto se le añade la reducción del impuesto de sociedades que planea Trump, y que ya ejecutó en su primera administración, es muy plausible que los capitales sigan dirigiéndose hacia EE. UU. como ya ha sido el caso con la administración Biden, tras la introducción de subsidios a empresas productoras de energías verdes en EE. UU. a través de la Ley de Reducción de Inflación (Inflation Reduction Act). Esto significa que Asia y Europa seguirán desangrándose en términos de salidas de inversión directa con un impacto negativo sobre el crecimiento, pero también la competitividad y productividad.
Más allá de un mayor proteccionismo y de la reducción del impuesto de sociedades, ambos negativos para el resto del mundo, Trump podría acabar creando otro problema muy importante a la economía mundial, en concreto el desplome del dólar, con consecuencias potenciales para su papel como moneda reserva. Aunque los tres ejes de la política económica de Trump anteriormente mencionados deberían apreciar el dólar ulteriormente (que es justo como reaccionó el mercado tras su victoria), Trump ha declarado en múltiples ocasiones que necesita un dólar débil para reducir el enorme déficit comercial americano. Dentro del universo de asesores de Trump hay voces proponiendo controles de capital, lo que se antoja inaudito para la moneda reserva del mundo. Para complicar aún más las cosas, Trump acaba de amenazar a los miembros de los BRICS con aranceles de 200% si continúan con sus planes de desdolarización, pero, a la vez, Trump está detrás del boom de las criptomonedas de su victoria electoral, lo que podría tener consecuencias más importantes sobre el futuro del dólar que lo que los BRICS puedan llegar a hacer en el corto plazo.
Por último, la posición de Trump ante China es otra de las grandes incertidumbres para 2025. Por un lado, Trump se ha mostrado enormemente beligerante durante su campaña ante China, pero la realidad es que el mismo Trump firmo un acuerdo en diciembre 2019 en el que China se comprometía a adquirir productos americanos por 600.000 millones de dólares y ofrecía acceso preferencial a los inversores americanos en algunos sectores concretos. La pregunta, por tanto, es cual será la política de Trump en este segundo mandato. La respuesta a esta pregunta es clave para la UE porque un acuerdo comercial entre China y EE. UU. similar al de 2019 supondría un trato desigual para las empresas europeas en China y una pérdida de mercado, especialmente para los sectores que compiten con China.