A esa parálisis de productividad se le suma el desmoronamiento de un modelo de crecimiento fundamentado en tres pilares. El primero, la energía barata proveniente de Rusia. El segundo, el comercio abierto y predecible basado en un sistema multilateral de reglas. El tercero, la garantía de que ese sistema iba a ser protegido militarmente por EE. UU.. Esas interdependencias se han convertido ahora en vulnerabilidades.
A eso hay que sumarle el invierno demográfico. El crecimiento europeo ya no se va a poder sustentar por la vía de aportar más personas a la economía como lo ha hecho en el pasado. La fuerza laboral europea va a reducirse en 2 millones de trabajadores al año, a partir de 2040. En ese escenario, si la productividad permanece constante, Europa se enfrentará a un crecimiento 0 hasta 2050. Ese reto demográfico supondrá crecientes presiones de gasto vía salud y pensiones, que se suman a compromisos necesarios en defensa o transición verde, en un entorno de alta acumulación histórica de deuda.
El panorama que pinta Draghi es muy duro para Europa. China y EEUU hace mucho tiempo que han despertado. Y, si Europa no reacciona, advierte Draghi “no solamente está en juego nuestra economía, sino también nuestro modo de vida”. Palabras gruesas para un habitualmente comedido expresidente de banco central.
¿Qué hacer frente a eso? Draghi apunta en cuatro direcciones. Primero, la cuestión del mercado único, en la que se centra, sobre todo, el informe Letta. Para competir con gigantes es esencial la escala. Por ejemplo, en el ámbito de la innovación es muy difícil generar mercados financieros profundos que financien proyectos arriesgados en la frontera de la innovación si las normas están fragmentadas en 27 regulaciones. Buena parte del problema de innovación de la UE es que no permite a las buenas ideas convertirse en grandes empresas: de los 147 unicornios fundados en Europa desde 2008, más de 40 se han ido a crecer y consolidarse fuera, principalmente a EE. UU., un mercado similar en tamaño, pero con regulación integrada.
Segundo, Europa necesita coordinación en sus políticas económicas (industrial, comercial, competencia), reduciendo la enorme dispersión de foco en políticas, instrumentos financieros y objetivos, e introduciendo un sentido de prioridad compartido que se enfoque en lo importante. Eso pasa por elegir sectores estratégicos (más que grandes campeones nacionales), un plan para revolucionar la generación de conocimiento de frontera en la UE y una política de competencia menos naíf que sea compatible con la necesidad política de preservar empleos e industrias.
El tercer objetivo es el de la inversión. Draghi propone aumentar la inversión a escala federal en 5 puntos porcentuales del PIB europeo al año. Eso es un tamaño de inversión desconocido en periodos de paz y supone tres veces la cantidad comprometida anual para el plan Marchall en 1948-51.
Y finalmente, es imprescindible tener un método de toma de decisiones mucho más ágil y permitir una Europa de varias velocidades. El “método comunitario” funcionó para una Europa más pequeña, pero ahora con los 27 estados nación, los vetos de unos y otros no permiten avanzar.