Así, como han reflejado los informes Draghi y Letta, EE. UU. ha logrado desde 2017 generar el 70% de los avances en IA, mientras que China se ha posicionado como líder mundial en la producción de coches eléctricos, baterías, grafeno o insumos de generación de energía renovable.
La crisis del eje franco-alemán y de liderazgo político generalizado, junto a la falta de un ecosistema innovador común en la UE, de un mercado de capitales único o de una mayor integración en materia laboral, fiscal y educativa, son algunos de los elementos que explican la dificultad de crear nuevos campeones tecnológicos e industriales europeos, que impulsen la productividad y permitan al bloque recuperar el peso económico y geopolítico perdido en las últimas décadas. No hay que olvidar que la productividad laboral de EE. UU. desde la crisis financiera global de 2008 ha crecido un 30%, triplicando el ritmo de avance registrado en el caso de los países de la Eurozona. Una tendencia explicada principalmente por el sector tecnológico de la primera potencia del mundo, ya que excluyendo su efecto el crecimiento de la productividad habría sido similar entre ambas economías.
De esta forma, la elevada carga regulatoria de la UE, la falta de un mercado de capitales común, la fragmentación política y ausencia de una estrategia, y una voluntad clara de cómo el proyecto europeo debe avanzar y corregir su creciente desacoplamiento económico y tecnológico de EEUU - país que comparte con un sistema democrático y valores económicos, sociales y empresariales - han generado que en las últimas décadas la economía estadounidense sea el receptor del 83% del capital riesgo invertido en el G7.
Sin embargo, estas cifras no recogen el hecho de que dentro de Europa hay varias Europas. Según el índice de EU Industrial Investment Scoreboard (2024), dentro del bloque europeo hay cuatro países que lideran la innovación tecnológica como son Dinamarca, Finlandia, Suecia y Países Bajos, y se posicionan junto a Irlanda dentro de los 15 países más competitivos del mundo (IMD 2024). Frente a este hecho y, a pesar de que Alemania y Francia siguen siendo clave en la generación de avances industriales, las cuatro principales economías de la UE siguen mostrando un ecosistema menos atractivo frente a otros países avanzados y emergentes, que han ganado protagonismo en los últimos años como Singapur, Emiratos Árabes o Australia.
Ante esta realidad y la nueva era que atravesamos, acelerada desde la pandemia, la retirada de las tropas de EE. UU. y aliadas de Afganistán y la invasión de Rusia a Ucrania, sin olvidar la incertidumbre en Oriente Medio, la inestabilidad del continente africano y el deterioro de la calidad institucional en América Latina. En un contexto en el que la victoria histórica del presidente Trump abre un nuevo ciclo geoeconómico, por lo que el año 2025 debería ser el del despertar de los europeos.
Un complejo escenario geopolítico que, además de generar incertidumbre, volatilidad y falta de visibilidad sobre la futura senda de crecimiento, parece erosionar los principios del liberalismo económico, que fueron clave en el progreso de las economías avanzadas y emergentes en las décadas anteriores, y apostar por un ciclo geoeconómico basado en el nacionalismo económico, que retrotrae al mercantilismo impulsado por Jean Baptiste Colbert durante el reinado de Luis XIV en el siglo XVII.
Un nuevo mercantilismo del siglo XXI en el que EE. UU., la UE, China y otras economías avanzadas y emergentes seguirán acelerando sus planes de autonomía estratégica, y en el que especialmente la primera potencia del mundo utilizará el proteccionismo para lograr los objetivos que inspiran su filosofía MAGA, evitar que China se erija en potencia hegemónica o que los BRICS+ erosionen el papel del dólar como moneda de reserva mundial. Todo ello en un entorno geopolítico en el que la alianza de China-Rusia-Irán-Corea del Norte representa un reto en la seguridad y defensa compartido para EEUU y el continente europeo.
De esta forma, Europa se posiciona, junto Japón, Corea del Sur, Australia, Taiwán o Filipinas, en aliados estratégicos para EEUU. Es decir, será necesario asegurar las cadenas de suministro de insumos clave, alimentos o materias primas estratégicas, las fronteras y las instalaciones críticas ante la posibilidad de guerras híbridas o ciberataques, la defensa aeroespacial, o en el caso de las democracias liberales limitar la desinformación y los movimientos populistas, que puedan fragmentar y dificultar los consensos en el seno de la UE, de la OTAN o del G7.
Un escenario global marcado por enormes retos, pero también oportunidades. En el que a la espera de cuáles sean las decisiones arancelarias de la Administración Trump 2.0 hacia Europa, la UE debe también adoptar una posición transaccional común y evitar que los Estados miembros negocien de forma separada o permitan que las injerencias de Rusia y China logren fragmentar el proyecto europeo. Así, nuestra apuesta no sólo debe ser llegar a un acuerdo comercial con EE.UU. reforzando nuestras compras de GNL, material de defensa, reducir los aranceles o las restricciones a los productos estadounidenses o promover la creación de filiales europeas en la primera potencial del mundo, sino también impulsar nuevos ámbitos de colaboración en aspectos relacionados con la digitalización, la IA, la robotización, el desarrollo de tecnología dual, o la creación de mecanismos para afrontar retos asociados al envejecimiento de la población y la eficiencia del gasto público, entre otros.
Una colaboración que debe nuevamente reforzar la Alianza Atlántica, pero también acelerar el mayor peso económico de la UE en la región Indo-Pacífico, en América Latina o en África.
En un contexto en el que también en clave interna, será esencial que Francia salga de su grave crisis política y presupuestaria, y el liderazgo del futuro canciller de Alemania. Sin olvidar que la nueva Comisión Europea debe mirar a esa Europa más competitiva e innovadora, o a la que ha logrado en las últimas décadas acelerar su convergencia socioeconómica tras su adhesión a la UE, como es el caso de los países Bálticos o Polonia. El despertar de Europa requiere de más visión de largo plazo, y la cooperación de sus Estados miembros para priorizar los intereses comunes frente a los nacionales, y avanzar en una mayor unidad de mercado y en la creación de una regulación competitiva común. De ello despenderá el crecimiento y el progreso del proyecto europeo.