El primer cambio tiene que ver con la tecnología. Las empresas cada vez están más automatizadas. Los ciberataques son cada vez más sofisticados. Nada más decidir si utilizar o no el blockchain hay que plantearse si crear una sede en el metaverso. Cuando todos estábamos acostumbrándonos a los robots, aparece la inteligencia artificial generativa. El ritmo al que se suceden los cambios es vertiginoso.
Por otro lado, el mundo está cada vez más regulado. Las empresas cada vez tienen que cumplir con más requisitos, ya sean de índole regulatoria, legal o fiscal. Estas obligaciones generalmente son establecidas en función del tamaño de la compañía, de tal manera que, cuanto más grande es la organización, más requisitos tiene que cumplir, siendo muchas veces complicado verificar su cumplimiento si operan en varios países o tienen diferentes sistemas de información en cada localización. Ahora mismo, por ejemplo, las empresas están adaptándose a una nueva normativa fiscal internacional conocida como BEPS 2.0, que va a suponer un cambio en su estrategia fiscal en la medida en que establece una tributación mínima en cada uno de los países en los que se opera y que, además, les va a suponer un nivel de desglose de sus actividades mucho mayor que el actual.
Adicionalmente, no hay comité de dirección que se precie que no tenga encima de la mesa el diseño de una estrategia clara sobre ESG. Los escépticos están en peligro de extinción. Ya no vale con el greenwashing. De hecho. muchos consumidores están empezando a tener en cuenta los criterios de sostenibilidad en sus decisiones de compra.
Por último, ha cambiado la cultura laboral y la forma de relacionarse. La incorporación de jóvenes que han crecido en un entorno digital y cuyas preocupaciones son diferentes a las de la generación anterior ha cambiado el ambiente de trabajo y cómo se gestiona el talento. El teletrabajo es una opción tangible y real. Cada vez se interactúa menos en persona y más por medios telemáticos. Teams y otras herramientas similares que desconocíamos antes de la pandemia han supuesto un cambio tremendo en este sentido. También han cambiado las tendencias de consumo: es raro que el primer sueldo se destine a la compra de un coche.
Las empresas de servicios profesionales pueden y deben jugar un rol importante en este entorno cambiante, tanto por su capacidad de impulsar la adaptación de sus clientes como por su relevancia como agentes de cambio del tejido empresarial. Hoy, las compañías tienen dificultades para mantener el ritmo y muchas veces no disponen de recursos internos con conocimientos o tiempo suficiente para abordar tanta novedad. En consecuencia, muchas veces optan por contar con terceros que tienen masa crítica para dedicar a profesionales a aprender, profesionales muchas veces jóvenes con mínima resistencia al cambio.
Las firmas de servicios profesionales de éxito son aquellas que se están adaptando rápido a estas transformaciones y que, además, están siendo capaces de integrar en su oferta de servicios respuestas conjuntas a los cambios descritos en los párrafos anteriores.
Es necesario tener expertos en tecnología, pero no es suficiente. A modo de ejemplo, si un cliente pide apoyo en materia de inteligencia artificial, no basta con conocer la tecnología en sí. Es necesario conocer su negocio, ver cómo han cambiado las expectativas de sus consumidores y, además, plantearse las cuestiones legales.
De manera similar, un plan estratégico no puede ser preparado únicamente por un equipo compuesto solo de consultores expertos en estrategia. Hay que conocer el impacto sobre la sostenibilidad de las acciones que se propongan, tener en cuenta la regulación recientemente publicada y valorar cuál de los diferentes escenarios planteados es más beneficioso teniendo en cuenta la obligación de tributación mínima impuesta por BEPS, entre otras cuestiones. No es descartable que haya que evaluar la repercusión de los cambios tecnológicos sobre el negocio de la compañía o del nuevo modo de trabajo.
El nuevo entorno y las tendencias de cambio están suponiendo un reto tremendo para las firmas de servicios profesionales, que están viéndose obligadas a dotarse de expertos en una enorme variedad de materias a los que es preciso mantenerles actualizados con sesiones de formación cada vez más específicas. Además, hay que conseguir que esos profesionales trabajen juntos. Hay que integrar ingenieros o matemáticos con abogados en el mismo equipo y conseguir que hablen un lenguaje común mientras trabajan en un entorno laboral radicalmente diferente al de hace cinco años.
Por tanto, si bien por su propia naturaleza las empresas de servicios profesionales se benefician en cierta manera de los cambios, no conviene olvidar que también le suponen un enorme esfuerzo en términos de inversión y formación. En todo caso, la experiencia demuestra que las firmas capaces de anticiparse y de apostar por la innovación serán las que lideren el cambio.