Así, en la que podríamos definir como la era de la volatilidad, las previsiones económicas globales seguirán marcadas por un elevado grado de incertidumbre y por la necesidad de tener en cuenta escenarios alternativos tanto en la toma de decisiones de política económica como de carácter empresarial. Si bien es cierto que, frente al año pasado, algunas certezas han surgido en torno a la posible actuación de los bancos centrales y a la tendencia de las tensiones inflacionistas, en un contexto que seguirá condicionado por los riegos geopolíticos, la evolución de la guerra de Ucrania y entre Israel y Hamás, la creciente polarización que sufren las economías avanzadas o las consecuencias derivadas de la slowbalization y del fenómeno homeland economics.
De esta forma, la Fed y el BCE previsiblemente optarán por pausar las subidas de tipos de interés oficiales y mantener el tono restrictivo de su política monetaria durante un periodo de tiempo prolongado ante la nueva fase en la que ha entrado la evolución de los precios, en la que gana protagonismo el repute de los costes laborales ante la ausencia de mejoras sustanciales de la productividad, y en la que también que podrían volver a aumentar las expectativas de inflación del sector privado. Al mismo tiempo que el proceso desinflacionista podría ralentizarse por los efectos derivados de algunas de las tendencias que han ganado protagonismo a raíz de la pandemia y de la invasión de Rusia a Ucrania, y que actúan como fuerzas que dificultan la labor de las autoridades monetarias.
La nueva etapa en la que ha entrado el comercio mundial (slowbalization), en la que según el FMI las medidas de liberalización pierden apoyo y se sustituyen por medidas proteccionistas, y el auge del nacionalismo económico (homeland economics) revestido en la idea de lograr una mayor autonomía estratégica, no sólo están contribuyendo a una mayor fragmentación y regionalización, sino también a un previsible aumento de la regulación y de la intervención de los Estados en la actividad económica. Todo ello unido a las crecientes tensiones entre EEUU y China, con el objetivo de esta última de erigirse en potencia hegemónica, que perfilan un mundo dividido en bloques y un posible escenario de guerra fría entre el Norte global y el Sur global o entre democracias y autocracias. Unas circunstancias, todas ellas que, de acentuarse, definirán un nuevo orden internacional y provocarán importantes transformaciones en el proceso de globalización, en la configuración de las cadenas de valor, en las decisiones y destino de las inversiones y, por lo tanto, en los patrones de consumo, en la estructura de costes y en la tendencia futura de los precios.
Una nueva era sujeta también a las grandes transformaciones sociales, económicas, geopolíticas y tecnológicas que abre la IA, que al igual que otras grandes olas de innovación exigirá consensos y la creación de un marco adecuado a nivel global y a nivel nacional para minimizar las incertidumbres y sus fallos de mercado, pero también para adaptar el modelo educativo y rediseñar las políticas activas de empleo, apoyar al tejido empresarial a transitar hacia este nuevo paradigma y dar respuesta a los retos y oportunidades que ofrece.
Más allá de estas consideraciones, en 2024 las decisiones de los gobiernos y las empresas seguirán marcadas por la geoeconomía y el nuevo entorno de tipos de interés, de precios y de poder adquisitivo. El endurecimiento de las condiciones financieras, en un contexto en el que probablemente el BCE y la Fed realizarán la primera rebaja del coste del dinero a partir de junio, seguirá permeando sobre la economía real a través de una mayor moderación del consumo y de la inversión, el repunte de la morosidad, la ralentización de los beneficios empresariales y el menor dinamismo del mercado laboral, entre otros factores. De ahí que este año sea un punto de inflexión, ya que tanto EE. UU. como la Eurozona registrarán un menor ritmo de crecimiento afectado por sus retos internos, el menor dinamismo de China y la ralentización del comercio mundial.
En el caso de la Eurozona, en el que no deberíamos descartar una posible recesión en la primera parte del año, sus perspectivas seguirán fuertemente condicionadas a la capacidad de Alemania de superar su crisis industrial, la creciente debilidad de su sector de la construcción y sus incertidumbres presupuestarias, pero también al impacto de la reintroducción de las reglas fiscales del Pacto de Estabilidad y Crecimiento ante los riesgos presupuestarios que presentan Italia, Francia o España.
Paralelamente, EEUU podría registrar un avance de su PIB de un 1,0% anual, moderándose significativamente respecto a 2023. La capacidad de asegurar un aterrizaje suave dependerá no sólo de la moderación de los precios y de la estabilidad del empleo, sino también a los riesgos asociados al deterioro de su situación presupuestaria y a la incertidumbre política que abre las elecciones presidenciales de 2024.
Un año en el que también se confirmará que China entra en una nueva senda económica, marcada por un menor crecimiento, la persistencia de la crisis inmobiliaria y su impacto sobre su sistema financiero, y el previsible mayor intervencionismo económico. En un contexto global en el que la pandemia, la guerra de Ucrania y la situación de Oriente Medio han impulsado el papel de nuevos actores emergente como India, Catar, Arabia Saudí, entre otros.
Por tanto, 2024 previsiblemente será un año de inflexión para determinar cómo será en términos de progreso y prosperidad esta nueva de volatilidad.