En este escenario, la economía española destaca por el lado positivo en todos los indicadores relevantes a corto plazo: la cara bonita de la moneda. Los números muestran una clara, aunque pausada, desaceleración en los últimos trimestres. Pero el crecimiento se mantendrá claramente por encima de la media europea en 2024 (en torno al 1,5%) y seguiremos creando empleos a pesar del duro tensionamiento alcanzado por la política monetaria. El desempleo se acercará al 11% –algo que es una buena noticia para España– y la inflación se mantendrá en el entorno del 3,5%, con efectos de segunda ronda ya fuera de la ecuación.
Hay varios factores que van a ayudar a sostener ese escenario favorable. En primer lugar, el dinamismo del mercado laboral, que sigue sorprendiendo por el lado positivo y que se encuentra en niveles históricos de afiliación a la seguridad social. Este dinamismo viene acompañado de una inicial mejora relativa de la competitividad por la vía de los salarios, a la que habría que añadir el aumento en los meses centrales de este año de los salarios reales, lo que, por diferentes razones favorecerá el crecimiento. Los fondos Next Generation EU, por su parte, han tardado más de lo esperado en ponerse en marcha, pero ya están ejecutándose a un ritmo mucho más rápido que a principios de año, como muestra el algoritmo de seguimiento de fondos europeos que hemos desarrollado desde EsadeEcPol. El sector exterior se mantiene fuerte, consolidando un importante cambio estructural, con un turismo que ya ha superado los niveles prepandemia. Por su parte, el sector privado muestra unos balances mucho más saneados que en pasadas crisis y el mercado inmobiliario, aunque muestra señales de ralentización, está aguantando también mejor de lo esperado.
Solamente cabe destacar tres aspectos preocupantes en el corto plazo: la ausencia de inversión –tanto pública como privada–, la dimensión fiscal y la inestabilidad política. Está por ver aún qué precio tocará pagar por los desequilibrios en las cuentas públicas generados por los sucesivos shocks y por las políticas puestas en marcha en estos últimos años tan excepcionales. La consolidación de tipos de interés relativamente elevados respecto al mundo prepandemia, sumado a las crecientes presiones del envejecimiento de la población sobre el gasto público en pensiones y sanidad, harán muy difícil una reducción de la ratio de deuda en el medio plazo. Además, será necesario analizar con cautela las causas –institucionales, regulatorias o de otro tipo– de esa baja inversión. Y, finalmente, habrá que hacer operativos muchos nuevos gobiernos muy fragmentados en un entorno de alta polarización.
Ampliando el foco, la economía española muestra una cara mucho más preocupante. Tras más de cuarenta años de convergencia con la Unión Europea, la economía española ha tomado, desde la crisis financiera y de la deuda de 2008-2012, un camino divergente, con una renta per cápita que se encuentra en niveles de 2006. Empleando datos del Fondo Monetario Internacional, en la publicación periódica MacroInsights, elaborada conjuntamente por EsadeEcpol y EY Insights, prevemos que las principales economías del este de Europa se acerquen o superen los 60.000 dólares en 2040, mientras España estará en torno a los 45.000, un 30% por debajo. En ausencia de reformas y políticas inteligentes basadas en evidencias que aborden estos retos institucionales, regulatorios y de capital humano, se consolidará el declive.
En definitiva, hay que celebrar el buen desarrollo relativo de la economía española en el corto plazo. Pero serían ciegos los gobernantes si ignoraran en este comienzo de ciclo político la parálisis de productividad que arrastra la economía española. Esta es la otra cara, menos bonita, de la moneda.