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¿Cómo afectará a España la desglobalización?

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La desglobalización genera muchas incertidumbres, y plantea el papel de Europa ante la pugna tecnológica y comercial entre EE UU y China

Una utilización eficiente de los fondos Next Generation fortalecería la competitividad y amortiguaría el shock de precios.

La globalización, una de las principales fuerzas vertebradoras de la economía mundial desde el inicio del siglo XXI, está registrando importantes alteraciones que deberían afianzarse en el próximo ejercicio, con consecuencias relevantes para la economía española. En el periodo 2000-2019, los intercambios internacionales de bienes y servicios crecieron a un ritmo sensiblemente superior al de la actividad, mientras que los flujos de inversión directo internacional se multiplicaban, evidenciando la interdependencia creciente entre las economías. 

La pandemia y la posterior crisis de suministros, sin embargo, han marcado un antes y un después en las relaciones económicas internacionales. En primer lugar, el comercio ha sufrido un parón y las perspectivas de la OCDE apuntan a un cambio duradero de tendencia, alentando la visión de “desglobalización”. En los próximos dos años, el comercio apenas crecería por encima de 1% anual, un resultado sin precedentes fuera de la crisis financiera. La inversión directa extranjera también se ha desacelerado: en 2022, apenas alcanzó el 50% de le media del nivel anterior a la pandemia.       

Esta evolución traduce la toma de conciencia por parte de las grandes corporaciones de la necesidad de incrementar la seguridad de las cadenas de suministro, acercándolas a los principales lugares de consumo. Así pues, la seguridad del abastecimiento se ha convertido en un objetivo prioritario, frente a la búsqueda de eficiencia y de bajos costes de producción característica de la era de la globalización.   

En segundo lugar, además de frenarse a nivel mundial, la globalización se está transformando en un fenómeno de integración regional. Es decir, los intercambios se intensifican en el seno de grandes bloques comerciales, debilitando el multilateralismo. Por ejemplo, el comercio entre la UE y el resto del mundo ha tendido a crecer a un ritmo significativamente mayor que el comercio intra-UE (fundamentalmente por el movimiento de liberalización con China y otras economías emergentes). Por el contrario, desde inicios de 2021, los intercambios intra-UE se han convertido en el principal factor de dinamismo.

Es evidente que las tensiones geopolíticas y el proteccionismo rampante que se manifiestan en algunas de las principales economías del planeta solo pueden exacerbar la actual tendencia a la desglobalización. La prueba más patente es la parálisis de la Organización Mundial del Comercio (OMC), punta de lanza de la globalización: no logra sellar nuevos acuerdos multilaterales, a la vez que su mecanismo de resolución de disputas no funciona adecuadamente desde 2019 por falta de acuerdo acerca de los nombramientos en el órgano de apelación.

Por último, la desglobalización se acompaña de una redistribución de ingresos entre países, como consecuencia del ciclo de encarecimiento de algunas de las materias primas que necesita la economía mundial. El shock de precios, negativo para los países importadores como los europeos y positivo para los productores, podría persistir todo el tiempo que dure la transición hacia un modelo productivo menos intensivo en las materias primas que más escasean como la energía.  También surgen nuevas alianzas entre productores, como en el caso del litio en América latina, un mineral crucial para la manufactura de vehículo eléctrico y cuya extracción está concentrada en pocos países.

Para la economía española como la europea en general, la desglobalización presenta un riesgo evidente de encarecimiento de los costes de producción y de volatilidad de los mercados internacionales. El motor externo ha sido esencial en los momentos expansivos, a la vez que el acceso a suministros abundantes y baratos, en un contexto de viva competencia internacional, ha contribuido a aplacar los precios. Por tanto, su debilitamiento plantea desafíos para la actividad de algunos sectores y de cara a la lucha contra la inflación, que sin duda será más dura en un entorno de retroceso del sistema multilateral.

No obstante, también surgen oportunidades, habida cuenta del posicionamiento competitivo de las empresas españolas ante la reorganización de las cadenas de suministro. Así pues, nuestros exportadores se están beneficiando sobremanera del resurgimiento del comercio intra-UE, con un crecimiento de las ventas en otros países europeos superiores al 20% en lo que va de año (uno de los mejores resultados de la UE, que casi duplica la locomotora alemana). La entrada de inversión directa extranjera se ha multiplicado por dos en relación al nivel prepandemia –también el mejor resultado entre las grandes economías de la UE. Por otra parte, una utilización eficiente de los fondos Next Generation fortalecería esa competitividad, a la vez que permitiría amortiguar el shock de precios energéticos y de otros componentes.

La desglobalización genera muchas incertidumbres, y plantea el papel de Europa ante la pugna tecnológica y comercial entre EE UU y China. Por ello es importante mantener el sistema multilateral, corrigiendo sus principales disfunciones, como el crecimiento de las desigualdades sociales, la incapacidad para afrontar el cambio climático y competencia fiscal. España dispone de importantes bazas en esa reconfiguración, como sin duda se pondrá de manifiesto en 2023.

Resumen

Para la economía española como la europea en general, la desglobalización presenta un riesgo evidente de encarecimiento de los costes de producción y de volatilidad de los mercados internacionales. No obstante, también surgen oportunidades, habida cuenta del posicionamiento competitivo de las empresas españolas ante la reorganización de las cadenas de suministro.

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