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Un nuevo paradigma económico global

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Se ha abierto, por lo tanto, una ventana extraordinaria para corregir a corto los efectos de la pandemia y, sobre todo, para sanar la fractura económica y social que arrastran los países occidentales desde hace décadas. El nuevo paradigma económico responde a la necesidad de construir sociedades más equitativas y resilientes.

¿Qué está detrás de este aparente cambio en política económica?

Atravesamos en estos momentos un periodo de profundo cambio en la política económica en Europa y EEUU. La manifestación más clara de ese cambio son los enormes planes de estímulo económico que se están implementando en países como España o los de su entorno. Esos planes no tienen precedentes ni por su escala ni por su profundidad. De hecho, buena parte de ellos se pueden calificar de herramientas de política industrial, ya que van dirigidas a desarrollar sectores concretos con el ánimo de ganar en productividad y competitividad, o de avanzar la transición hacia una economía verde. En términos más amplios, la combinación de políticas fiscales expansivas, apoyadas sobre políticas monetarias, también expansivas, constituyen una revisión del paradigma económico imperante y que tenía a la ortodoxia económica en su centro. Hay quien se ha referido a este momento como el final del Consenso de Washington.

¿Qué está detrás de este aparente cambio en política económica? La respuesta a esa pregunta nos lleva a un análisis de la política económica de los últimos treinta años y a los consensos que cristalizaron en la salida de la crisis financiera del 2007-2008. En concreto a tres grandes hitos o tendencias que convergen en la respuesta económica actual.

La primera tendencia es una a largo plazo y se resume en la creciente preocupación por la fractura económica y social en Occidente. Con distintos matices, las economías avanzadas han vivido en las últimas tres décadas un fuerte proceso de transformación de su modelo productivo y de su mercado laboral, con consecuencias muy marcadas en la distribución de rentas. En términos generales, estos procesos han llevado a una congelación de rentas de las clases medias y a un aumento de la desigualdad. En el caso norteamericano, que es el que arroja datos más llamativos, el 70% de los hogares no vieron un aumento de rentas en términos reales en los últimos 30 años.

Esta precarización del centro de la distribución de rentas parece haber llevado aparejado el vaciado del centro del espectro político. Es decir, el fenómeno de la polarización y el ascenso de fuerzas políticas cada vez más extremistas parece construirse sobre la fragilización de las clases medias, y sobre sus efectos más inmediatos: la erosión de legitimidad de las fuerzas políticas tradicionales, de las élites intelectuales y, en última instancia, del andamiaje institucional democrático. Cuando golpea la pandemia de la Covid19 en las distintas capitales del mundo y en las sedes de las principales instituciones económicas internacionales se había consolidado un diagnostico claro: la fractura política vivida en occidente emana de la carencia de equidad de su sistema económico.

Se observa además una segunda tendencia de gran calado, y más a medio plazo, que es el cambio paulatino en la escala y objetivos de la política monetaria. Desde la crisis financiera del 2007-2009 los bancos centrales de las grandes economías vienen desplegando una política monetaria profundamente expansiva. Durante la crisis de la Covid 19 esa política no solo se mantiene, sino que en el caso del BCE y de la Fed se amplía. El lenguaje de los bancos centrales ha empezado, de hecho, a cambiar y a incluir referencias cada vez más recurrentes a la “estabilidad macroeconómica” como meta, que es una forma discreta de indicar que sus objetivos no se limitan al control de precios. Uno de los efectos de esta forma de proceder de las autoridades monetarias ha sido el reducir el coste de financiación de la deuda de los estados. Esto es así hasta tal punto, que EEUU tiene en estos momentos uno de los mayores stocks de deuda pública en relación a su PIB de su historia y, sin embargo, financia esa deuda a un coste históricamente bajo. Es decir, es casi gratuito para los estados con una divisa fuerte y un banco central resiliente el endeudarse y adoptar políticas fiscales expansivas. No debería, por lo tanto, sorprender la respuesta a la pandemia, tan condicionada, precisamente, por esa amplia capacidad fiscal.

El tercer hito relevante en términos de ajuste de política económica no es otro que la propia pandemia de Covid19 y sus potenciales efectos sobre el tejido social. Los efectos económicos de la pandemia estaban llamados a ser profundamente desiguales. La pandemia, si no se intermediaban sus efectos, tendría un mayor impacto en las clases medias y bajas, dependientes de rentas del trabajo más frágiles, en familias monoparentales, o en entornos alejados de servicios públicos. Surge, por lo tanto, una necesidad: implementar políticas públicas que limiten los efectos más adversos de la pandemia sobre colectivos ya precarizados o vulnerables. Esa respuesta en España requirió de planes de estímulo superiores al 20% del PIB y muy dirigidos al sostenimiento del empleo y del tejido productivo. La respuesta ambiciosa y capilar que se implementa en España no difiere mucho de las que se han visto en otros países de nuestro entorno. A las acciones nacionales se les ha sumado el lanzamiento de los fondos europeos de recuperación que añaden a la escala de la respuesta, pero que responden a una lógica similar.

Se ha abierto, por lo tanto, una ventana extraordinaria para corregir a corto los efectos de la pandemia y, sobre todo, para sanar la fractura económica y social que arrastran los países occidentales desde hace décadas. El nuevo paradigma económico responde a la necesidad de construir sociedades más equitativas y resilientes.

No está todo esto, por supuesto, libre de riesgos o incógnitas. Existe una primera que está asociada al sobrecalentamiento de la economía como producto de la expansión del gasto público, y de la movilización de ahorro embolsado durante los meses de confinamiento. Esto puede generar tensiones inflacionistas a medio plazo. También habrá que lidiar a futuro con un stock de deuda mayor. Este puede ser perfectamente gestionable si los próximos años generan amplio crecimiento económico. Por lo tanto, y sobre todo, nos jugamos mucho en el efecto real de las políticas económicas que se están desplegando en estos momentos. Bien diseñados e implementados, los programas de gasto público pueden producir un incremento del potencial de crecimiento de las economías avanzadas, generar empleo de calidad y acelerar la transición a una economía verde. Si esto es así, y si en el proceso se cierran las enormes brechas sociales que se han abierto en las últimas décadas, esta época se recordará como una de aciertos. Tenemos, por lo tanto, una oportunidad histórica en nuestras manos.

Resumen

Atravesamos en estos momentos un periodo de profundo cambio en la política económica en Europa y EEUU que nos hace tener la oportunidad de corregir a corto los efectos de la pandemia y poder sanar la fractura económica y social que arrastran los países occidentales desde hace décadas. El nuevo paradigma económico responde a la necesidad de construir sociedades más equitativas y resilientes.

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