Las expectativas de mejora de la facturación de las empresas, como las de recuperación del conjunto de la economía, son reales.
Se dice que una espina de experiencia vale más que un bosque de advertencias y que, si aceptas la adversidad, la conviertes en tu fortaleza, algo de lo que las empresas españolas tienen reconocida experiencia en las últimas décadas. La irrupción de la pandemia puso a prueba al país, la ciudadanía, las administraciones públicas y, como no, a las empresas. La adversidad golpeó duro, pero una vez más la perseverancia, el carácter, el esfuerzo, la resiliencia y el coraje han servido para seguir avanzando en un contexto incierto en el que la actividad económica, nacional e internacional, va recuperándose a medida que progresa la vacunación y con el apoyo extraordinario de las políticas económicas.
En el ámbito empresarial, la crisis generó un brusco descenso de la facturación y de la rentabilidad, con el correspondiente deterioro de la posición patrimonial en buena parte debido al aumento de deuda. Una situación generalizada, pero que incidió más en los sectores afectados de pleno por las restricciones. El hecho de que esta crisis fuera exógena, no afectara al sistema financiero como la de 2008 y se dotara a la política monetaria de un carácter expansivo sin precedentes facilitó que la mayoría de las empresas pudiera acceder a financiación ajena para mantener sus niveles de liquidez o mejorarlos como medida de precaución.
Según los últimos datos de la Central de Balances Trimestral del Banco de España, en el período enero-septiembre de 2021, el VAB de las empresas de la muestra creció un 10,9% interanual, con el sector industrial, el comercio y la hostelería en posición destacada. Una evolución positiva, pero aún un 13,8% por debajo de los niveles de ese período en 2019, mientras que los plazos de pago a proveedores y a clientes se mantuvieron en niveles similares a los de pre-pandemia.
Por su parte, los resultados de noviembre de la Encuesta a las empresas sobre su actividad confirman la evolución positiva, con una disminución del porcentaje de empresas que registró caída en la facturación y una mejora de las perspectivas a corto plazo, si bien los resultados de las empresas de menor dimensión son más moderados. Por sectores, se evidencia cierta desaceleración de la facturación de aquellos que crecieron más en el segundo trimestre como los servicios de información y comunicación, construcción y actividades inmobiliarias. En cuanto a la financiación, parecen haberse moderado las tendencias tanto de deterioro de la calidad crediticia de algunas carteras de préstamos de los bancos como de mayor número de disoluciones de sociedades mercantiles y de empresas en concurso de acreedores.
Las expectativas para el cuarto trimestre de 2021 y primer semestre de 2022 muestran que el impacto de condicionantes como la incertidumbre, la evolución de la demanda, el acceso a financiación o el cobro de clientes han perdido peso relativo frente a las limitaciones de la capacidad productiva por dificultades en los suministros de proveedores habituales y en la disponibilidad de mano de obra. A esto se une el alza notable de los precios de materias primas, bienes intermedios, transporte y energía. Un incremento de costes que las empresas inicialmente han tratado de absorber vía márgenes pero que, si persisten las tensiones alcistas más de lo previsto, acabarán necesariamente trasladándolo a precios.
Las expectativas de mejora de la facturación de las empresas, como las de recuperación del conjunto de la economía, son reales. Si bien, como evidencian las principales instituciones de previsión, su ritmo e intensidad van a depender mucho de cómo evolucione la pandemia y la vacunación, de la ejecución de los fondos europeos Next Generation y su impacto en la inversión pública y privada, de cuánto y cuándo liberen las familias su ahorro acumulado en forma de consumo, así como de la duración de los cuellos de botella y de las tensiones inflacionistas. Sin olvidar que, según pone de relieve el Banco de España, todavía se desconocen los efectos finales que la pandemia tendrá sobre la estructura productiva y el empleo en un contexto además de divergencia en el ritmo de recuperación según sectores. Para mitigar los efectos puede ayudar la decisión de ampliar la vigencia a 2022 de las medidas de apoyo que mejoran la solvencia de las empresas viables cuya actividad aún no ha recuperado la dinámica pre-pandemia. También serviría avanzar en medidas ya demandadas hace tiempo como agilizar los procedimientos judiciales y extrajudiciales de insolvencias y mejorar la flexibilidad del mercado laboral.
En 2022, como ya se ha evidenciado en otras etapas, la diferencia entre que se consolide la recuperación o que se produzca un estancamiento está en la iniciativa empresarial que moviliza energía, concentra recursos, asume riesgos y termina por crear empleo y riqueza. Para ser empresario o emprendedor se requiere perseverancia en el esfuerzo, integridad, confianza para asumir retos, flexibilidad para no perder de vista la realidad, además de pensamiento analítico y conceptual para evitar errores.
Cierto que la vitalidad empresarial, como otras facetas de la vida, requiere una atmósfera favorable en una sociedad abierta. Y esto se concreta en una escuela donde se aprenda a aprender y como decía Ortega y Gasset “se enseñe a dudar de lo que se enseña”, en una sociedad que reconozca la aportación empresarial y la valore como fundamental para la mejora del nivel de vida, así como en un entorno económico y social que evite barreras y ruidos innecesarios y muestre el valor de cooperar y trabajar en equipo. Un entorno que propicie la actividad económica, el desarrollo empresarial, siente unas bases sólidas para transformar el modelo productivo y favorezca la necesaria puesta en marcha de reformas estructurales vitales para nuestras empresas y el conjunto de la economía española. Todo ello con los objetivos claros de incrementar la competitividad, mejorar la capacidad de adaptación y lograr un crecimiento sólido y sostenible generador de mayor empleo, igualdad y bienestar.
El momento es clave y en 2022 las empresas se han de aplicar aún más en incrementar su competitividad, digitalizar sus procesos, avanzar en la innovación de sus productos y servicios, reforzar sus capacidades financieras y operativas, además de fortalecer sus cadenas de suministro y mejorar su logística. Y a todo ello se suma el creciente compromiso empresarial con la sostenibilidad medioambiental, los desafíos sociales y los valores de las nuevas generaciones de consumidores. Pero, sin duda, algo que las empresas españolas requieren para encarar la recuperación económica y su futuro es ganar tamaño.
Y, desde la perspectiva de las administraciones públicas, es clave que sean facilitadoras de los cambios estableciendo un marco normativo estable, que garantice la seguridad jurídica y favorezca el emprendimiento y la actividad empresarial, la inversión privada y la transición tecnológica y energética. Es fundamental que a medida que los efectos de la pandemia reviertan, la actual mayor presencia del Estado en el mercado se retraiga en favor de la iniciativa empresarial.
Para todo ello son clave los fondos europeos Next Generation, su adecuada gestión y aprovechamiento. Lograr su ejecución eficiente pasa por la esencial colaboración público-privada, el rigor técnico, la evaluación, la transparencia y la buena coordinación entre todos los niveles de la Administración. Y maximizar su impacto requiere una buena selección de proyectos y que exista un marco regulatorio y fiscal equilibrado y previsible. Sin olvidar que estos fondos están sujetos a ejecutar, con consenso y visión de futuro, las reformas estructurales pendientes en los ámbitos laboral, fiscal, educativo y de pensiones, así como en las administraciones públicas.