El resultado para la economía española ha sido un menor crecimiento de lo anticipado y el retorno inesperado de la inflación, que todavía marcará la entrada en el 2022. La cuestión reviste una importancia fundamental: de prolongarse, el ciclo alcista de costes no solo frenará la recuperación, sino que además complicará el manejo de la política macroeconómica, elevando el riesgo de un endurecimiento prematuro de las condiciones de financiación para nuestro país. Por el contrario, de relajarse la presión, el rebote de la economía podría ser intenso y sostenido.
El gran atasco
Las causas de lo que se puede calificar de gran atasco en los sistemas de abastecimiento aparecen a posteriori con claridad, y conviene recordarlas antes de esbozar posibles escenarios. Por una parte, del lado de la demanda, los Estados han emprendido una política fiscal expansiva, inyectando un volumen ingente de recursos para reactivar la economía tras el periodo de confinamiento. Sumando el conjunto de países de la OCDE, el incremento la deuda pública acumulada desde el inicio de la crisis se eleva a cerca de 14 billones de euros, es decir, más que el PIB de toda la zona euro. Este es un empujón inaudito, el mayor registrado en un solo año en lo que va de siglo. A ello se añade la bolsa de gasto privado estancado como consecuencia del sobre-ahorro de los hogares, y que también se ha empezado a liberar.
Además, los estímulos han impulsado el consumo de productos industriales y agrícolas más que de servicios. Destaca el tirón de la demanda de productos intensivos en nuevas tecnologías, como consecuencia de la aceleración de la digitalización generada por la pandemia y los cambios de comportamiento de los consumidores.
Por el lado de la oferta, sin embargo, el aparato productivo no estaba en condiciones de reaccionar a esa repentina erupción del gasto. La producción industrial es fuertemente intensiva en materias primas que ya empezaron a escasear desde los albores de la recuperación. Además, la oferta de energías fósiles se ha ido restringiendo por el desafecto de los inversores, deseosos de reducir su presencia en un sector denostado por su responsabilidad en el cambio climático. La capacidad de los países productores de materias primas no energéticas también se ha visto afectada por el desplome de la inversión durante los meses centrales de la pandemia. La fabricación de microchips, concentrada en un puñado de productores asiáticos, tampoco ha podido responder a la demanda de componentes tecnológicos, en crecimiento exponencial.
El transporte ha sido otro importante factor limitativo, empezando por el marítimo. Los pocos puertos que pueden acoger portacontenedores de gran tamaño -- principales vehículos del comercio internacional— se han saturado como consecuencia del rebote de los intercambios de mercancías y de los trámites sanitarios. El transporte por carretera también se ha enfrentado a cuellos de botella por la escasez de personal cualificado en algunos países.
Mejora progresiva en 2022, pero incompleta y sujeta a la geopolítica de la energía
¿Cuáles son las perspectivas? La evolución de la pandemia, y ahora la propagación de la variante ómicron, seguirá siendo la principal incógnita. La insuficiente cobertura vacunal en buena parte del mundo en desarrollo es una amenaza permanente desde el punto de vista sanitario y para el comercio internacional, ya que puede obligar a los gobiernos a imponer nuevas restricciones de actividad.
Sin embargo, la economía global es más resiliente a la Covid-19, gracias a la reconfiguración de los sistemas productivos, a la diversificación de las cadenas de suministro y a la extensión del teletrabajo y de nuevas formas de organización de la producción que permiten amortiguar el shock. Por tanto, cabe esperar que las nuevas variantes del virus tengan efectos atenuados en relación a las primeras etapas de la pandemia.
Por otra parte, algunos de los desajustes empiezan a suavizarse, como lo evidencia uno de los principales indicadores de coyuntura: el índice PMI de precios pagados por la industria de la eurozona se modera desde noviembre, y los retrasos en la entrega de pedidos también se reducen. La cotización internacional de los metales, que se había disparado un 30% entre enero y octubre, ha descendido un 5% desde entonces (con datos del Banco Mundial hasta noviembre). Asimismo, el coste global del transporte marítimo, que se multiplicó por más de tres hasta el tercer trimestre, registra un leve descenso (-14% entre el máximo de septiembre y mediados de diciembre, según el índice Freightos). La tendencia es por tanto favorable (si bien todavía incipiente).
En el caso de los componentes tecnológicos, sin embargo, las perspectivas son todavía inciertas. La industria automotriz, la más zarandeada por la escasez, parece mejorar su posición como lo evidencia el repunte de exportaciones. Pero el sector conoce un déficit crónico que no se solventará antes de que finalice el próximo ejercicio –habida cuenta del periodo necesario para que las recientes decisiones de ampliación de capacidad manufacturera de chips se materialicen.
En cuanto a la energía, los vaticinios son aún menos halagüeños, sobre todo para el gas, y por tanto la electricidad. Los mercados a plazo anticipan un mercado tensado hasta al menos la primavera. Además, cualquier vaticinio está sujeto a factores geopolíticos, tal y como las relaciones entre Rusia, principal exportador de esa codiciada materia prima, y la UE.
Los datos disponibles para España apuntan en la misma dirección, de suavización de los cuellos de botella en algunos sectores y persistencia en otros. Según la encuesta empresarial del Banco de España, más de la mitad de las industrias anticipan dificultades de aprovisionamiento, más de tres veces por encima de lo declarado a finales de 2020. Además, las empresas encuestadas consideran que estas dificultades persistirán a corto plazo.
Implicaciones
En suma, es todavía pronto para presagiar la resorción de los cuellos de botellas o una inversión de la espiral de costes energéticos. Algunos de los principales problemas de abastecimiento empiezan a resolverse, fruto de la recomposición de las cadenas de suministro. Sin embargo, en otros casos como los componentes electrónicos y sobre todo la energía, los fenómenos de escasez persistirán durante buena parte de 2022.
Para la política económica, la persistencia de fuertes tensiones en los costes aboga por una priorización en el despliegue de los fondos europeos. Se trata de contener las presiones inflacionarias en sectores como la construcción. Y por el contrario acelerar la ejecución de proyectos de inversión en renovables, en el vehículo eléctrico y otras palancas transformadoras. Estas inversiones ayudarían a transformar el modelo productivo, sin agravar los cuellos de botella.
Por otra parte, la transición energética plantea un desafío a más largo plazo: como la capacidad disponible de energías alternativas no parece suficiente para cubrir los picos de demanda de electricidad, seguiremos dependiendo de energías fósiles cuyo precio será cada vez más volátil. Por tanto, conviene reformar el funcionamiento del mercado de la electricidad para atenuar el impacto de sus fluctuaciones en la economía, e incentivar la inversión en tecnologías alternativas.