Comunicado de prensa
06 sep. 2024  | Buenos Aires, AR

Hacedores que Inspiran T. 3 | Episodio 05: Ricky Sarkany, CEO y fundador de Sarkany

Contacto para prensa

Del exilio a los zapatos: la verdadera historia de éxito de Ricky Sarkany que va más allá de los negocios

Su madre estuvo en un campo de concentración en Auschwitz y su vivencia fue una de las que recopilaron para la Lista Schindler; su padre escapó del comunismo y ambos llegaron a la Argentina con un sueño; es la cuarta generación de zapateros y su nombre se convirtió en marca hace varias décadas; la partida de su hija Sofía lo llevó a repensar el valor del éxito y del fracaso, y a perder miedo a la muerte; su camino combina resiliencia con gratitud y, sobre todo, aprendizaje.

La historia de Ricky Sarkany es tan única como su resiliencia. Se conoce mucho de las luces, los colores y los detalles de diseño de cada uno de sus zapatos, pero muy poco de una vida cargada de aprendizajes, proyectos y esfuerzo.

Las cajas con su logo, una colección prolijamente ubicada de los nuevos diseños de la marca Sofía ―que fue relanzada el martes de la mano de Clara y Josefina, dos de sus hijas― y hasta la pieza número uno del botín de Lionel Messi para la fundación Join the Planet dan el marco perfecto para una charla profunda. Hay sets, movimiento, vida en la empresa.

Llueve con fuerza en la Ciudad de Buenos Aires. La tormenta de Santa Rosa no da respiro, pero Ricky mantiene su rutina de viernes. Jugó el torneo de metegol con el que cierra cada semana y luego se abre a las preguntas, que van mucho más allá del mundo de los negocios, al que lejos está de descuidar.

De hecho, fue el primer jugador digital en un mundo de ladrillos. Su marca tiene 1,8 millones de seguidores en Instagram, 800.000 en X y unos 150.000 en TikTok, donde gran parte de sus videos superan el millón y medio de reproducciones. Hoy, el 55 % de su venta es a través de su e-commerce, y tiene en carpeta llegar a nuevos mercados internacionales tras duplicar su producción local. El tono pausado, la mirada a los ojos y una calma en el hablar propia de la experiencia permiten escapar por unos minutos de la rutina y entender el camino del zapatero más famoso de la Argentina, en el marco de un nuevo capítulo de “Hacedores que inspiran” de La Nación + EY.

―¿Cómo empezó todo?

―Nuestra historia comienza con el abuelo de mi papá en Hungría. Fue el primer zapatero de la familia. Yo sería la cuarta generación de artesanos fabricantes de calzado y por eso cuando me preguntan tu oficio respondo sin dudar: “Soy zapatero, con honor y orgullo”. Y, aparte, me emociona serlo. Y esto es lo que lo que más disfruto, el amor por los diseños y el amor por crear.

―Tus padres son sinónimo de resiliencia…

―Sí. Mi mamá y mi papá llegan en 1950 exiliados del régimen comunista húngaro. Hubo un plebiscito para votar a favor o en contra de ese régimen y mi padre, en una enseñanza muy grande para mí, votó en contra. Desde ahí llevo a la idea de “Hay que ser protagonista”. Para votar en contra había que buscar la boleta en una sala contigua, con lo cual esa misma noche lo fueron a buscar y esa misma noche se escaparon. El camino continuó con un bote a remos a Checoslovaquia, de ahí a Austria, de ahí a Génova, dos países le dieron asilo político, Australia y Argentina, el primer barco iba a la Argentina y ahí llegaron.

―Sin idioma ni dinero…

―Mi padre aprendió, con un diccionario en el barco, a decir “tenga la bondad de darme fuego”. Mi madre aprendió a decir "un cuarto de sémola, por favor", porque acababa de ser mamá de quien hoy es mi hermana Heidi, que nació en Salzburgo, y tenía que darle de comer con 60 dólares en el bolsillo, sin conocer el idioma, la cultura. Y entonces, cuando a mí me dicen crisis, respondo sin dudar: esa es la que vivieron mis viejos. Yo la verdad, no puedo permitirme hablar de crisis en ningún caso. Lo nuestro es, en principio, disfrutar. Una de las cosas que me quedó de mi padre es que dejó el lomo todos los días por la familia y yo no sé si disfrutó.

―El disfrute como aprendizaje…

―Su compromiso era poder tener la seguridad de que los hijos tuvieran educación, un buen vivir y era simplemente una máquina de trabajar. Y yo trato y también el tiempo ha cambiado y uno privilegia más el vivir. Aprendí por experiencia que estamos acá y que el por y para qué no lo sabemos, pero tenemos que disfrutar cada momento. No hay un principio, no hay un final, es siempre un camino.

―Ese camino tiene en tu ADN otra fase muy compleja y profunda. Cuando se filma La Lista de Schindler los productores buscaron testimonios y consultaron a tu madre…

―Es así. Fue cuando tenían que recopilar datos sobre las vivencias de los sobrevivientes del Holocausto. Mi madre estuvo en un campo de concentración en Auschwitz y conoció a Josef Mengele (N de R: el siniestro médico nazi bautizado por la historia como "ángel de la muerte"), por ejemplo. La verdad es que ese testimonio yo traté de verlo y me costó meses. Sólo podía hacerlo en fragmentos de cinco minutos y era una entrevista de tres horas. Es totalmente imposible pensar que uno pueda sobrevivir mentalmente a cada uno de los momentos que pasó mi madre en ese lugar. Cada vez que iban al baño no sabía si iba a salir agua en las de las duchas o iba a salir algún gas.

―Imposible borrar esa huella…

―Un día cuenta que pasó por una ventana y entonces en el reflejo vio una persona y dijo: "Me parece que la conozco". Era ella. Totalmente calva y encima demacrada por no comer. Pero siempre estuvo concientizada en “de esto tenemos que salir” cuando no había salida porque había alambre por todos lados y todos los días pasaba algo con alguna persona, con algún familiar. De hecho, cuando mi madre llega a Auschwitz separan dos filas, una con quien sería mi tía y otra mi madre, unos a la izquierda, unos a la derecha y a los dos días, cuando mi madre pregunta dónde está mi hermana, un oficial del ejército riéndose le dice: "Ahí está su hermana", y había una chimenea donde salía humo. Pese a eso, mi madre jamás tuvo ningún rencor. Mi madre siempre sonrió. Mi madre era un ser de luz y es difícil haber pasado todas esas miserias que tiene la guerra y las barbaridades del comunismo. En ese momento mi madre contaba que había un inspector en cada manzana, que obviamente miraba y reportaba si había alguna reunión, si alguien llegaba tarde. Pero también revisaban los restos de basura porque miraban que no hubiera pollo porque nadie podía tener plata suficiente para comprarlo.

―Ese legado cómo te llega…

―Hay que ver qué es el dolor. Yo hay cosas que nunca terminé de entender. El dolor, el éxito son palabras que tienen un significado para uno y para otro. El dolor es algo que fortalece. Si yo no tengo dolor, no tengo fortalecimiento. Entonces es una capa que uno tiene para pensar y para reflexionar en cada momento. Somos una familia que siempre trató de superarse y nos encontramos con lo que pasó con Sofi, con uno de los amores de mi vida.

―¿Cómo se atraviesa?

―Entonces uno puede, como lo hago muchísimas veces, cuestionarse el porqué, por qué pasó esto, por qué nos pasó a nosotros. Pero, también tengo que saber que pasé 33 años hermosos con Sofi. Ella tuvo la posibilidad de, en un momento, cuando estaba muy mal, sacarse la máscara de oxígeno y decir: "Fui muy feliz", y yo me enojé, le dije: “Sos y vas a ser muy feliz”. Pero ella sabía perfectamente, cuánta gente se va sin haber dicho que fue muy feliz.

―Una sensación de gratitud…

―Cuando estaba muy mal y tal vez la llevaban a un chequeo decía: “No vas a llorar, papi”. Me gritaba o llamaba a mis amigos para decirles que me cuiden. Y esas son cosas que a uno lo hacen distinto, muy distinto. Entonces en un momento se me ocurre escribir algo y puse una foto vieja y escribí: "Era muy feliz pero no lo sabía". Algo muy sencillo y un montón de gente me decía: "Qué interesante". Somos muy felices, pero lo sabemos cuando pasa algo y cuando es tarde y cuando hay alguna cosita media rara por la que uno por ahí hace millones de juramentos que si no pasa está todo bien y después se olvida. El secreto es no olvidarse. El secreto es disfrutar. Sofi fue millonaria. Lo que hemos disfrutado juntos en alguna charla y todo el legado que nos dejó, no solamente con Félix. Ella terminó escribiendo todo lo que quería para el futuro y lo tenemos escrito por ella. Luego de su partida, me encontré con un montón de situaciones que me hacen a mí entender claramente que la vida no termina cuando uno se despide físicamente de este mundo.

―¿Qué situaciones?

―Sabés que muchas de las cosas me las guardo, porque si uno no las vive es imposible, imposible entenderlas. Y va a pensar: "Uy, este enloqueció". Yo voy al psicólogo y le digo: "Por Dios, si estoy enloqueciendo, avisame". Pero te cuento cosas, le muestro cosas y la verdad es que nosotros sabemos y tenemos un conocimiento muy estrecho, no conocemos nada del ámbito espiritual. Obviamente, que hay religiones y hay mitos y hay creencias, pero yo he vivido infinidad de situaciones únicas, inclusive muchas que nacieron por lo que uno puede llamar casualidad. Yo no encuentro tampoco casualidad, no. Yo sigo teniendo recuerdos, sigo sintiendo que la puedo abrazar y sigo sintiendo que puedo tener de alguna manera alguna conexión del lado espiritual. Lo que a mí me reconforta. Una de las cosas que me pasaron después de eso es que perdí por completo el miedo a la muerte. De hecho, por qué tener miedo si es lo que sabemos que nos va a pasar el día que nacemos, que algún día nos vamos a morir.

El origen de su marca

―Hablabas de éxitos y de fracasos… ¿Cómo fue eso en el negocio de los Sarkany?

―Mi padre hizo su primer gran fracaso, que fue la primera bota que se vendía en la Argentina. Las botas no se vendían en el país y le decían: “Usted está loco”. Nunca una bota se va a vender en la Argentina. Este clima es húmedo, no es seco, esto no es Siberia, la reminiscencia militar. La sociedad argentina es machista. Usted no va a vender una bota. Y después hizo la primera sandalia de Argentina. Nunca una mujer va a mostrar sus dedos. Los pies son feos, hay que cubrirlos. Y él hizo la primera sandalia en Argentina, que fue otro gran fracaso, y luego se alineó al gusto del dueño de la zapatería, que pedía zapatos completamente clásicos negros, marrones o azules.

Pero mi padre era escultor y pintor y yo aprendí el amor por los zapatos en pedacitos de cartulina. Y yo hacía zapatos en miniatura y, al mismo tiempo, iba a la fábrica desde los cuatro años y clavaba clavitos en las mesas. Y a mí me gustaba crear.

―También cambiar el paradigma de entonces

―Sí. Allí le insisto que tenemos que vender al público. Antes el usuario no era nuestro cliente. Nuestro cliente era el dueño de la zapatería, el usuario no lo conocíamos, no sabíamos sus gustos, no sabíamos nada porque era él que compraba en la zapatería y yo le decía: "Tenemos que hacer que sea la misma persona, tenemos que vender al público". Mi padre me decía: "No, Ricky, estás completamente equivocado. Es más fácil venderle mil pares de zapatos al dueño de la zapatería que un par a una mujer".

―Y ahí…

―Tenía razón. Y yo le insistí. Le insistí y le volví a insistir. Hasta que un día me enteré, cuando estaba cursando el doctorado de Ciencias de la Administración, que había puesto un aviso en el diario. Me dicen “compren en lo de Ricky Sarkany, el calzado más caro del país al precio de fábrica ahora vende al público”. Y ahí me enteré que le había puesto mi nombre. Había tanto nombre mucho más lindo. Si me hubiesen consultado, hubiese elegido diversos nombres, pero nunca mi nombre y apellido. Entonces hizo lo que hizo sin importarle lo que yo pensaba, y en algún caso también me pasa hoy con mis hijas. Uno trata de transmitir la experiencia y los hijos la verdad que quieren darle su propia impronta desafiando la experiencia. Y tienen razón porque la experiencia que tuvimos fue en un determinado lugar y momento.

―La Argentina tiene constantes alzas y bajas

―Es así. Pero aprendí que la gente nunca debe ser una variable de ajuste. En los momentos difíciles tal vez lo sea la rentabilidad.

―¿Qué cambió en el negocio?

―Con la pandemia se aceleraron muchos de nuestros hábitos y no es que cambiaron, se aceleró el estar más cómodo.  Nos encontramos con que, en la final de la Copa del Mundo, el presidente de la FIFA está con un traje impecable y con zapatillas, que pasaron a ser de uso cotidiano.

Y llega un momento donde la moda pasa de moda y todo se reinventa, donde probablemente muy pronto las zapatillas empiecen a dejar el lugar para que vuelvan los zapatos de vestir, que estamos lanzando muy pronto.

―¿Cómo se hace para sorprender?

―No hay que subestimar la comunicación porque muchas veces tanto los errores como los grandes aciertos surgen de allí. Por ejemplo, hace muy poquito Clarita (su hija) nos sorprendió a todos porque teníamos una acción que se llamaba hot sale y para la acción nosotros solemos contratar modelos, actrices, influencers. Pero vino Clarita y dijo: "Tenemos que contratar a Caro Pardíaco" (el personaje de Julián Kartún en Olga).  Él es genial, pero también era un riesgo porque era romper con todo lo conocido. Ella fue la que insistió en contratarla. Luego hizo un guion y la edición, y fue maravilloso. Habíamos hecho algo distinto. O sea, si querés resultados distintos, no hagas siempre lo mismo.

―Ustedes fueron los primeros en la Argentina en tener como local de más ventas a un store digital

―Sí. Es que cambió absolutamente todo y ya no competimos con nuestros colegas zapateros. Tenemos que captar la atención, tenemos que ser creativos, tenemos que hacer y no tener miedo en hacer. La experiencia es, para ello, un capital maravilloso.

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